Violencia
de género
ALBERTO MARTÍNEZ
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Recuerdo que hasta no hace mucho se les calificaba de ‘crímenes pasionales’ por lo que gozaban de mayor tolerancia ciudadana y menor factura penal que cualquier otro delito de similares consecuencias por aquello, se decía, que un mal momento lo tenía cualquiera y hasta en la mayoría de las ocasiones el criminal aparecía como víctima (celos, honor, circunstancias...). Pues bien, si ahora estamos lejos de aquella moral cortijera no es tanto por la evolución de la sensibilidad viril cuanto por la rebelión de la infantil. Claro que en estos hechos que a diario se lamentan y se condenan, influye la educación y, por tanto, los valores que la conforman empezando por el que se constituye en el principal y de más peso, la televisión y sus sorpresivo despeñadero hacia el vertedero estético -oasis de la basura-que tanto nos gusta y por eso es imprescindible un rearme educativo desde los niveles más elementales y primarios hasta tratar de moderar el inconsciente colectivo -si fuera posible- en contra de todo abuso del fuerte sobre el débil.
Pero no nos engañemos. Este tipo de delito suele producirse en estado de exasperación antisocial, de clímax destructivo que, frecuentemente incluye al propio delincuente, aunque, por lo común, con menos eficiencia que a su víctima.
Por ello pienso que las campañas de concienciación -quizá útiles a largo plazo- no suelen tener influencia alguna frente al crimen de mañana y de ahí mi preocupación sobre si la permanente reiteración de la noticia En prensa, radio y televisión) y el obsesivo contador que le acompaña no funcionan, en la práctica, como recordatorio o incentivo para quien, en su delirio irracional, lo último que se plantea atender son las demandas sociales.
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Ultimos comentarios de los lectores (2)
8437 | Mariano - 08/03/2008 @ 18:50:26 (GMT+1)
No nos engañemos, el asunto no es nuevo ni fruto de los tiempos que corren, ni resultado de una educación deficiente, ni son cosas que sólo les incumben u ocurren a otros, ni difiere mucho de otras de índole menor; sin embargo, nunca como ahora se destinaron inútil e infructuosamente tantos medios y fondos para mitigar el lamentable problema, nunca como ahora se tuvo noticias de un número tan elevado de unos hechos que no pueden ser el producto de una nueva moda. Triste moda en todo caso. Al fin y al cabo, los desencuentros, las broncas, los resquemores, las rencillas, las discusiones, las envidias, los celos, las infidelidades, los abandonos, las separaciones, son tan antiguos con antigua es la vida del hombre en el castigado y caótico planeta Tierra. Poco importa que protagonistas sean blancos, negros, amarillos o de los más diversos matices, el resultado siempre es el mismo: primero, un menosprecio acompañado de un insulto; después, un ojo a la funerala; luego, un par de costillas rotas; más tarde, una denuncia en comisaría seguida de una orden de alejamiento; y por último, un destartalado cadáver tendido en medio de la sucia acera de una calle cualquiera de cualquier ciudad española. Esa salvaje anomalía, que caracteriza la sociedad en la que nos ha tocado vivir, no atiende a niveles culturales, clases sociales, situaciones económicas, lenguas, credos o acentos; divorciados a los que han echado de casa; jubilados que no se adaptan a una nueva forma de vida en la que la obligación al trabajo diario ha mudado en tiempo libre; técnicos que no se han puesto al día en industrias cuyos puestos directivos ahora están ocupados por laboriosas mujeres; descorazonados trabajadores inmigrantes que trataban de aferrarse al siguiente peldaño de la escala social escapando de sus degradados países de origen; todos son susceptibles de instalarse en una violencia irracional y sinsentido que conduce a demasiada gente inocente a la tumba.
8436 | Mariano - 08/03/2008 @ 18:49:53 (GMT+1)
No nos engañemos, el asunto no es nuevo ni fruto de los tiempos que corren, ni resultado de una educación deficiente, ni son cosas que sólo les incumben u ocurren a otros, ni difiere mucho de otras de índole menor; sin embargo, nunca como ahora se destinaron inútil e infructuosamente tantos medios y fondos para mitigar el lamentable problema, nunca como ahora se tuvo noticias de un número tan elevado de unos hechos que no pueden ser el producto de una nueva moda. Triste moda en todo caso. Al fin y al cabo, los desencuentros, las broncas, los resquemores, las rencillas, las discusiones, las envidias, los celos, las infidelidades, los abandonos, las separaciones, son tan antiguos con antigua es la vida del hombre en el castigado y caótico planeta Tierra. Poco importa que protagonistas sean blancos, negros, amarillos o de los más diversos matices, el resultado siempre es el mismo: primero, un menosprecio acompañado de un insulto; después, un ojo a la funerala; luego, un par de costillas rotas; más tarde, una denuncia en comisaría seguida de una orden de alejamiento; y por último, un destartalado cadáver tendido en medio de la sucia acera de una calle cualquiera de cualquier ciudad española. Esa salvaje anomalía, que caracteriza la sociedad en la que nos ha tocado vivir, no atiende a niveles culturales, clases sociales, situaciones económicas, lenguas, credos o acentos; divorciados a los que han echado de casa; jubilados que no se adaptan a una nueva forma de vida en la que la obligación al trabajo diario ha mudado en tiempo libre; técnicos que no se han puesto al día en industrias cuyos puestos directivos ahora están ocupados por laboriosas mujeres; descorazonados trabajadores inmigrantes que trataban de aferrarse al siguiente peldaño de la escala social escapando de sus degradados países de origen; todos son susceptibles de instalarse en una violencia irracional y sinsentido que conduce a demasiada gente inocente a la tumba.
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