El mirador
¿Por qué no te callas?
M. Nieto
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La imagen jupiteriana del Rey ha dado revueltas al mundo. Pero si se ve en blanco y negro o sobre el desvaído color que permite el papel prensa, se queda corta.
Saben lo que pasó y la torrentera de reacciones que la imprecación del monarca a Chávez ha generado, pero igual no se fijaron en el color de la cara borbónica, por genes lechosa salvo que ande navegando cuando aparece más tostado. La faz del Rey era un retrato goyesco de la ira: roja con tizón con un cabreo de fragua de Vulcano. Y es que Chávez, ese presidente paticorto -de entendederas-, llevaba demasiado tiempo abusando de histrionismo y chulería sin que nadie le chistara.
Se cree caudillo, un napoleoncito doméstico que porfía por convertirse en mesías, libertador y, últimamente dictador vitalicio. En Chile el presidente venezolano reventó el globo a fuerza de inflarlo de insultos, desprecios y bravuconadas de sargento chusquero que se cree impune, sacando el pecho el prócer justo cuando en su país machaca (vaya novedad) a los opositores. Pero, si me permiten, la imagen que resume el bochorno es la del adalid populachero abandonando la cumbre flanqueado, al paso, en formación, firme el ademán, por dos asistentes con inequívoca mirada de guardaespaldas. Adosados al iluminado bolivariano, portaban un maletón de cartón piedra, ajado, con costurones, de un color desleído, en el que (¿apostamos?) casi seguro que no llevaban documentos. Otros portaban maletines más discretos donde esconder la artillería. Ahí se iba Chávez con todo su bagaje: miseria hasta en los gorilas presidenciales.