La dieta mediterránea
Víctor Corcoba Herrero
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Desde que los mejores médicos del mundo han sido Dieta, Reposo y Alegría, por cierto especialistas en la dieta mediterránea, la capacidad de entusiasmo rechaza a los más intrépidos virus. Ya, en su tiempo, Cervantes conjugó la literatura con la salud de todo el cuerpo y advirtió que se fragua en la oficina del estómago. Es máxima que los profesionales de la medicina trabajen para conservarnos la salud, pero ya me dirán cómo pueden hacerlo si nuestras prácticas alimenticias se dislocan.
Pues, ahora bien, la ministra Elena Espinosa está dispuesta a complementar la educación para la ciudadanía, bajo el estilo del comer saludable. No se ha cortado un pelo a la hora de poner el mantel y la mesa repleta de legumbres, cereales, frutas, verduras, pescado, carne de aves... y solicitar a la UNESCO que inscriba en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad estos manjares que levantan el ánimo a cualquiera.
La cuestión no es cebarse, aunque la vida sea amarga y nos abra el apetito en demasié, sino tomar aliento justo y aliento sereno. Elena Espinosa se lo ha tomado en serio y ha manifestado su compromiso de fomentar el estudio, la investigación y la difusión del acervo milenario que representa la dieta mediterránea, reconociendo que, como demuestran todos los estudios científicos hasta las fechas, este inmenso patrimonio inmaterial que representa este estilo de darle a la boca, forjado en la confluencia de continentes y culturas, comporta beneficios importantes para la salud humana y en consecuencia contribuye a mejorar la calidad de vida de las personas.
Además, hay más beneficios en la gratísima dieta mediterránea, al parecer estimula la producción y consumo locales, fomenta una agricultura respetuosa con el medio ambiente y promueve los intercambios e iniciativas regionales, contribuyendo al diálogo cultural, a la transferencia de conocimientos y tecnología y a la revitalización económica y social de todas las comunidades del Mare Nostrum. Sólo me empacha una cosa de la dieta mediterránea: que aún viva el perro del hortelano, aquel que no come las berzas ni las deja comer a su amo.