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Tribuna

Corazones de piedra

Corazones de piedra

Víctor Corcoba

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Uevedo, que se hizo mayor en la Corte rodeado de potentados y nobles, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio, tenía muy claro el lenguaje que le cautivaba. la pureza de los latidos sobre todo lo demás. “Los de corazón se quieren, sólo con el corazón se hablan”, poetizó a los cuatro vientos. Si hoy viviese este amante de la justa retórica y de la acertada sátira, ignoro si se quedaría de piedra por este caminar al revés de lo natural, pero lo que sí intuyo es que tendría un memorial de temas para acrecentar su paisaje de leyendas y su paisanaje de nombres. Una sola piedra sigue desmoronando un edificio, pero es que son muchas pedradas las que a diario lanzamos al cuerpo del vecino. A esta sociedad le sobra tino y le falta fuerza. Lo que importa es el motor de la economía. La puesta a punto es diaria. No así el motor de los derechos humanos, que sólo se engrasa de palabras, que nada dicen, porque no pasan por los labios del corazón.

No sé si por culpa de los actuales corazones de piedra aumentan los males del mundo, pero la verdad es que causa pánico el informe de la ONU sobre el cambio climático. Nos concreta una fecha fatídica para España, el 2020, o lo que es lo mismo, el 20 más 20, que me recuerda los años de escolar cuando nos cantaban las 40 por haber hecho uno fechoría. En cualquier caso, las travesuras al medio ambiente están a la orden del día. Y en esto, como en todo, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Al parecer se vislumbra un futuro apocalíptico. La tierra será transformada por nuestros malos humos. Esta sociedad que tiene tiempo para las maldades, pero a la que siempre le falta tiempo para sensibilizarse, debería hacer algo por frenar poderes que contaminan. Desde luego, la pacificación no pasa por hacer nuestro el refranero: ojos que no ven, corazón que no sienten; entre otras cuestiones porque “no habrá ningún lugar al que correr ni en el que esconderse”, según dice Stephanie Tunmore, responsable de la campaña de Energía y Cambio Climático de Greenpeace Internacional, en Bruselas.

Sanear la fuente de la vida, pienso que es un asunto de corazón. Y creo que nos hace falta poner a buen recaudo el universo de latidos. El conocimiento puede advertirnos sobre aquello que conviene evitarse, pero sólo la fortaleza del mundo que ha tomado el corazón como valor puede hacer el sueño realidad. De siempre el equilibrio mental, el juicio recto, el valor moral, la audacia y resistencia, ha sido un poema irrepetible. Por el contrario, los excesos siempre nos han pasado factura. Con razón los definió Quevedo como el veneno de la razón; envenenan y envilecen las más saludables atmósferas. A mi juicio, en vista de lo visto, esta sociedad a la que le apasiona moverse en la frontera de los desenfrenos, creciente en atropellos y decrecida en sentido común, me parece que debería tomar otro rostro y otros rostros más humanos. Por encima de cualquier diferencia de lengua, nacionalidad o cultura, campea un aparente bienestar socioeconómico dominador (y dominante), que nos deprime más que nos sacia.

Si queremos que las nuevas generaciones puedan sentirse satisfechas de compartir una identidad cultural de familia europea, que no existe porque en realidad nos falta espíritu europeísta, o sea un mismo corazón de un corazón compartido, donde la territorialidad nos importa un bledo y los intereses quedan aparcados, hay que comenzar por otorgarle a todo ser humano la dignidad que merece. Lo noticiable no radica en que más de la mitad de los extranjeros que llegan a la Unión Europea opten por España, aunque refleje un buen signo de acogida y se nos llene el corazón de júbilo, sino en analizar los motivos de estos crecientes flujos migratorios. Seguramente si le prestásemos verdadera ayuda en sus países de origen, que desde luego pasa por un desarrollo integral, no necesitarían buscarse la vida en otros mundos y las migraciones dejarían de ser un problema social de nuestro tiempo.

En cualquier caso, pienso que detestar la estupidez y desactivar amenazas, pasa por dejarnos escuchar y entender lo que nos dicta el órgano que no se ve, pero que se siente y nos acompaña, desde el primer verso de vida hasta la última estrofa que recitamos. No es un mal desatino tratar de mirar y ver con el lenguaje del corazón. Estoy seguro que cambiarían mucho las cosas. Mal se estremece una piedra. No puede comprender a los demás, porque no siente ni su propio pulso.
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