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Valle de los Caídos, un puñado de mentiras

Por : Fernando Paz (*)

sábado 11 de junio de 2016, 10:37h


Digámoslo con rotunda claridad: todo el relato oficial referente al Valle de Los Caídos es una enorme mentira en sí mismo. Dicho relato oficial, por resumirlo, viene a decir que el Valle de los Caídos fue construido por unos 20.000 presos políticos mantenidos en régimen de esclavitud, para levantar el mausoleo en el que habría de ser enterrado Franco; la faraónica obra -que habría costado una gran cantidad de muertos- exigió una ingente cantidad de dinero al Estado en una época en la que el país era pobre, para conmemorar, en definitiva, la victoria de media España sobre la otra media.

Bien, pues todas las afirmaciones que contiene dicho relato, son falsas. En primer lugar, una necesaria precisión numérica, porque el Valle de los Caídos no fue construido por esas decena de miles de presos políticos, sino que, entre los 3.000 que participaron en su construcción, el porcentaje de presos rara vez pasó del 50 por ciento, alcanzando un total de 2.000 a lo largo del tiempo. Es decir, diez veces menos que la cifra que quería la propaganda. Los presos políticos, además, colaboraron en estas obras solo entre 1943 y 1950 (hay que tener en cuenta que estas comenzaron en el año 1940 y concluyeron en 1959) y durante los ocho primeros años no se produjo ni una sola muerte. El doctor, Ángel Lausin, médico de las obras, contabilizó un total de 15 accidentes mortales entre 1943 y 1962, tanto de presos como de trabajadores libres, lo que representa una cifra ciertamente baja para este tipo de obras, durante tanto tiempo.

En cuanto al régimen de esclavitud, basta con decir que aquellos que trabajaron en el Valle de los Caídos lo hicieron de forma completamente voluntaria, lo que no resulta extraño: se llegaba a redimir hasta seis días de condena por cada uno de trabajo y las actividades culturales, la lectura de libros y hasta la observación de una conducta piadosa, servían para acortar la condena. Los presos cobraban un jornal que era muy semejante al de los trabajadores libres, y la alimentación, era de buena calidad por todos los conceptos, y más en la España de la época. Además era la misma para trabajadores y presos. El gasto diario de esta partida, por reo, era de siete pesetas, mientras que en los cuarteles no llegaba a seis. Su jornada también era la misma y cobraban las horas extras y el destajo exactamente igual que los trabajadores. Para los turnos de noche incluso se pedía la conformidad de los reclusos. La labor más dura y peligrosa, la perforación de la cripta, fue realizada por trabajadores libres.

Las autoridades facilitaron la escolarización de los hijos de los presos y a los trabajadores, algunos de ellos antiguos presos, se les recolocó cuando terminaron las obras y se les facilitó la obtención de viviendas.

Los domingos por la tarde no se hacía recuento de presos para no molestar a las familias que estaban de visita, lo que algunos aprovecharon para fugarse, pese a lo cual no se alteró la costumbre. En verano, la población aumentaba notablemente por los parientes que se establecían en las viviendas de los presos que en ocasiones incluso bajaban a El Escorial sin vigilancia, según el testimonio de penados comunistas. Muchos de ellos continuaron como trabajadores del Valle de los Caídos una vez cumplida la condena.

En cuanto a la financiación, el Valle de los Caídos no supuso el desembolso de una sola peseta de dinero público. El 75 por ciento de su coste se financió con el sobrante de las donaciones voluntarias al bando nacional durante la guerra civil y el 25 por ciento restante, salió de los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional que tuvieron lugar a partir del año 1957.

Por cierto, que Franco jamás pensó en ser enterrado allí. Disponía de un panteón en el cementerio de El Pardo, que había adecuado convenientemente porque su diseño le parecía excesivamente ostentoso. Por tanto, el Valle de los Caídos no fue concebido en absoluto como mausoleo ni nada que se le parezca. Si hoy el Caudillo se encuentra ahí enterrado fue por decisión de Juan Carlos I (a instancias de Arias Navarro), un par de semanas antes de que tomase posesión como Jefe del Estado.

Precisamente porque no estaba previsto el entierro de Franco ahí, hubo que hacer un hueco a toda prisa en la parte trasera del presbiterio. Y como, lógicamente, no se disponía de una lápida adecuada, se recuperó una que había sido desechada cuando se enterró a José Antonio en el año 1959, por lo que la lápida de Franco tiene inscrito el nombre del fundador de Falange en el reverso.

En mayo de 1958 se publicó en toda la prensa nacional una nota referida a la finalidad de la construcción del Valle de los Caídos. En ella se manifestaba la intención de acoger a todos los caídos “sin distinción de bando en el que combatieron”, según exige el espíritu cristiano que inspiró aquella magna obra, con tal de que fueran de nacionalidad española y religión católica. es decir, que estuvieran bautizados, lo que equivale a decir que en la España de entonces, todos. Una reconciliación a la sombra generosa de la Cruz, desde luego.

La comparación entre quienes, en una guerra civil aún fresca en la memoria, quisieron la reconciliación, y quienes alientan el odio inextinguible del resentimiento ochenta años más tarde, no puede ser más sonrojarte.
(*) Historiador, profesor y escritor
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