Fiestas, arte, toros y alcohol

Me refiero a los encierros, claro, no a las corridas, a eso de vestirse de blanco, coger un periódico y ponerse a correr, o a hacer bulto, a ver si hay suerte y el toro no pasa por tu lado, a ver si hay más suerte aún y te empitona por los glúteos. La culminación llega cuando los adolescentes comunitarios, borrachos como cubas, se enrolan en el espectáculo y las televisiones los sacan desnudos y sangrantes y los convierten en héroes del día. Por supuesto que existen héroes legendarios, como el tal Julen, que enseñaba en su web a correr los encierros; y ocasionales, como los que han tenido el dudoso honor de ser vapuleados y el Ayuntamiento les ha puesto una cama, de hospital, naturalmente.Verán, me parece una barbaridad que se tire una cabra desde la torre de la plaza y que se burle la fiereza de un astado, embolándole los cuernos. Me parece antiguo correr encajonados delante de las ganaderías más prestigiosas; y no entiendo ese favoritismo barnizado de leyenda de lo que no es más que lo que se ha visto a diario en los programas de noticias: miedo, caídas y atropellos de quienes muchas veces no podrían siquiera esquivar a un caracol. Nadie puede encontrarse ya con Hemingway en Pamplona aunque sí su estampa, rechoncha y alcohólica, de los que quieren tener sus minutos de gloria, aunque sea a costa de los verdaderos corredores y de la Sanidad pública que les pagamos todos.