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La erradicación de la violencia machista

José J. Castellón

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La política tendente a paliar la violencia contra la mujer en el seno de la relación de pareja no está dando el resultado que todos deseamos, que es el de erradicarla de nuestra sociedad. Sigue el trágico rosario de muertes semanales. Algunos de los casos son de parejas jóvenes, lo que indica que la educación formal que reciben los jóvenes en los colegios, y la informal, de los medios de comunicación, no es la adecuada para contrarrestar una situación ambiental que sirve de caldo de cultivo a esta violencia.
El miedo y la angustia que vive la mujer cuando quien la maltrata tiene la llave de casa, cuando duerme en la misma habitación de quien le ha amenazado violentamente, teniendo a los hijos cerca de quien le ha dado muestras de violencia irracional, es complicado de imaginar. Nadie tendría que pasar por una situación semejante, que desmiente de la manera más radical lo que es la relación de pareja.

Las medidas que se han tomado hasta ahora y que han sido muchas, algunas de ellas centradas en acabar con la invisibilidad de la mujer maltratada y otras en la represión judicial del varón que violenta a su pareja, con medidas que discriminan negativamente al varón en el ámbito judicial, nos hacen pensar que quizá haya que valorar suficientemente cuál sería el grado justo para no recaer en la invisibilidad social de un problema tan serio, ni en la espiral del efecto imitación, porque quien maltrata no atiende a razones, sino a mecanismos más inconscientes y oscuros de la personalidad. También habría que valorar los mecanismos que desatan medidas judiciales, ya que en ocasiones se ha podido abusar de ellas, generando más rencor y enfrentamiento. Ha habido sentencias escandalosas por aplicar incomprensibles atenuantes al violento; pero la injusticia por el otro extremo genera un peligroso sentimiento de revancha. Nuestra sociedad sigue siendo machista, de eso no cabe duda, incidir en la superación de ese machismo es absolutamente necesario. Además, nuestra sociedad tiene el reto de superar este problema latente e inhumano. Pero algún discurso feminista de líderes de comunicación social identificando a la mujer siempre con valores positivos y al varón, con valores negativos y violentos, hace un flaco favor a la erradicación de la violencia machista. Lamentablemente, nuestro imaginario colectivo adolece de personajes masculinos que puedan servir de prototipo y ejemplo. La cultura española gusta de cantar relaciones de pareja tumultuosas y conflictivas, pero nuestros jóvenes necesitan patrones positivos de conducta con los que identificarse. Por último, quisiera reconocer humildemente el déficit que la Iglesia en general ha tenido con la sensibilización y la lucha contra el maltrato. La Iglesia ha sido la organización no gubernamental que más amplia y concretamente ha ayudado a mujeres maltratadas. Todos los sacerdotes lo hemos hecho, callada y eficazmente. Pero no siempre hemos estado en la vanguardia de la sensibilización contra la violencia hacia la mujer. Creo que con la misma fuerza que se defiende la vida del no nacido hemos de defender a la mujer amenazada. Con la misma fuerza que nos oponemos a la eutanasia hemos de luchar contra la explotación laboral que está negando condiciones dignas de vida a muchas familias de nuestro país.
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