Cataluña, esa lejana nebulosa
Manuel Campa
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La encuesta última del CIS (Marzo pasado) muestra que las preocupaciones básicas de los españoles son: el paro (82,3%), y, en segundo lugar, la corrupción y el fraude (41%). Se trata de un resultado congruente con la situación que vivimos actualmente.
Pero, a la vez, el problema del nacionalismo catalán solo es percibido con preocupación por el 0,7% de los ciudadanos. Es decir, vemos a Cataluña, que representa cerca del 20% del PIB nacional, como una lejana y casi desconocida nebulosa, con tanta lejanía como hace un siglo percibíamos la realidad europea.
Pero ¿cómo entender el alejamiento de la opinión pública española hacia el problema del nacionalismo catalán? Ese 0,7% de los españoles a quienes preocupa este problema no se corresponde en modo alguno con la importancia del mismo, sobre todo al comprobar que implica al 20% del PIB en términos económicos, además de una convivencia histórica ya milenaria.
Dado que el conflicto con los nacionalistas catalanes, sobre todo, con el problema lingüístico, ha estado mal llevado por los sucesivos gobiernos españoles, cabe suponer que el alejamiento de la opinión pública de nuestro país del problema del nacionalismo catalán se basa en la indiferencia total con el que el español medio ve un conflicto lingüístico. Porque es una experiencia que históricamente nos falta, por la expulsión de las minorías étnicas. Nietzsche sostenía que influyen en nosotros no solo las cosas que nos pasan, sino también las que no nos pasan. Cabían pues dos soluciones alternativas al problema lingüístico catalán. Una la francesa, dando prioridad a la lengua oficial del Estado. Otra, respetando la igualdad de las dos lenguas cooficiales, ateniéndose en cada caso, a la libertad de elección de los alumnos. Inversión lingüística sí, pero voluntaria y en la lengua elegida por cada alumno. Cualquiera de estas dos opciones hubiera tenido mejor final que la alternativa elegida: Considerar irrelevantes las cuestiones lingüísticas y entregarlas por las buenas y totalmente al albedrío de los nacionalistas. Por tanto y desde mi punto de vista, la responsabilidad de la penosa situación actual corresponde, sobre todo, a los gobiernos de Madrid. Hace 24 siglos que los estoicos descubrieron que las pasiones no tienen tope, por lo que no hay que ponerles límites.
La pasión del nacionalismo solo se satisface con la independencia. Correspondía y corresponde por tanto a los gobiernos centrales poner a los nacionalistas catalanes como tope la libre voluntad de elección de los alumnos y ciudadanos en materia lingüística. No para imponer cultura Castellana en Cataluña, sino para desarrollar la valiosa tradición cultural catalana en castellano, no menos rica que la producción en catalán. Y eso para que los catalanes continúen ejerciendo en España no una función de sometimiento, sino de liderazgo, como corresponde a la que es, sin duda, la más europea de las regiones españolas, quienes, por cierto, a mediados del siglo XIX intentaron convencer al resto de los españoles en el Congreso de los Diputados que el futuro estaba más en la máquina de vapor que en la tracción animal de las mulas.