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Matrimonios homosexuales

Por Antonio Aradillas
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Son muchos los interrogantes que, con la mejor y más constructiva intención, pueden formularse a propósito del reciente reverdecimiento del tema de la homosexualidad matrimonial presentada y vivida entre hombres y hombres y entre mujeres y mujeres, al igual que los establecidos entre hombre y mujer. Sin otra intención que la de contribuir al esclarecimiento del tema y con la apodíctica confesión de no estar condicionado por ningún interés personal, el elenco-inventario de interpelaciones y preguntas, podría recorrer estos caminos:
¿Qué es eso de natural, antinatural y, también para muchos, sobrenatural? ¿Responden estos conceptos a la realidad de la vida actual en constante desenvolvimiento y difusión, no solo sociológicas, sino también filosófica en sus diversas interpretaciones cristianas y no tan cristianas? ¿Cuántos juzgadores e instructores del problema, de sus consecuencias, legitimidad o ilegitimidad, -al margen o sobre principios que se siguen considerando inviolables, moral y éticamente, firmes e inalterables-. se conformarían con condenar, o aprobar, comportamientos de indisolubilidad y demás prerrogativas que en principio pueden hacer matrimonios a estos ‘matrimonios’?
De no llamarse ellos ‘matrimonios’, ¿cómo habrían de apellidarse en conformidad con proyectos e intenciones de convivencia similares o idénticas a los de los matrimonios conocidos como naturales? ¿Qué calificación semántica, respetuosa y humanitaria habría de aplicárseles a las situaciones ‘matrimoniales’ de las que estamos haciendo la debida referencia?
¿Hasta qué punto la caridad, la legalidad ‘constitucional’ y la justicia, tendrían que cambiar la denominación y apelación a esos ‘matrimonios’, con el solo fin de evitarles a algunos, o a muchos, turbaciones o sobresaltos? ¿Es posible que solo o fundamentalmente la gramática y determinadas apariencias, sean los que determinen el uso del término ‘matrimonio’ a estas reuniones, aunque sea forzado y hasta espurio según el criterio de muchos, que seguirán considerándolas y condenándolas como antinaturales e inmorales en esta vida y en la otra? ¿Será impensable que, con el paso del tiempo y modos de vivir distintos a los de ‘toda la vida’, la semasiología haya de ser y de actuar también como árbitro supremo en cuestiones relacionadas con la moral matrimonial?
¿Qué nombres y apellidos, científicos y populares, han de serles aplicados a estas situaciones plenamente legales, y con sus respectivos recursos constitucionales en nuestro país, y con posibilidades muy firmes de serlo legalmente en otros de cultura y religión totalmente diferentes, y aun contrarias? ¿No será la caridad bien entendida y practicada la que abra los caminos de reconocimiento y aceptación, sin que esto conlleve aplausos y estima por parte de quienes no estén de acuerdo con estas situaciones y denominaciones casi sagradas?
¿Es explicable que protagonistas -ellos y ellas- tengan que vivir discriminados a perpetuidad, sin posibilidad alguna de expresar su amor con legitimidad y reconocimiento por parte de la sociedad y de la religión y de quienes se profesan con la mejor de las intenciones, buenos, comprensivos y misericordiosos y defensores del orden ‘natural’ y del sobrenatural? ¿No es también explicable que estos ‘matrimonios’, o aspirantes a serlo, perseguidos y oprimidos durante años tan largos y tan despiadados, se extralimiten en comportamientos, reacciones y exigencias que rebasen toda, o casi toda, ponderación y medida, como si solo ellos resultaran ser ahora los únicos y preclaros ciudadanos por antonomasia, paradigmas y ejemplos de vida?
¿Es que no hay en la Iglesia, y en la sociedad, problemas tanto o más graves que los surgidos de estos ‘matrimonios’, merecedores de que le sea aplicada mayor atención y, en su caso, descalificaciones que entrañen los correspondientes anatemas? ¿Hasta qué punto les asiste la razón a quienes invocan la presencia ‘educadora’ del padre y de la madre -hombre y mujer- para la mayor, más completa y más convincente integración de los hijos en la vida?
Planteado elementalmente el tema, no tiene por qué ser estigmatizados estos ‘matrimoniados’ como pecadores públicos en la esfera religiosa, y en la civil como ciudadanos de tercera división o como repelentes sujetos.
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