El olvido los acoge a todos
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Existe un acuerdo no escrito en los medios de comunicación por el que no se debe publicar noticia alguna relacionada con los suicidios. Se intenta evitar, así, el efecto llamada. Un exceso de noticias de este tipo, se piensa, podría aumentar el número de los mismos.
Sin embargo, las cifras nos golpean una y otra vez. Más de 3.500 personas se suicidan cada año en España. Es ya una de las tres causas principales de muerte. Pero no hay campañas de publicidad que alerten del peligro. El olvido los acoge a todos.
Se llamaba Angelita, tenía todo lo que alguien de su edad podría querer, pero se sentía sola, completamente sola. Era esa soledad la que le llevaba tantas y tantas veces al miedo y del miedo al dolor, a no querer salir de casa. Hizo de su cama una trinchera y de su habitación todo un mundo. Vivía, mejor dicho, moría cada día en su piso enorme con magnificas vistas al mar. Un absurdo para alguien como ella que, por enfermedad, solo sabía mirar hacia dentro.
Tenía un perro, un chuchillo viejo encontrado en la calle, al que nunca llegó a ponerle nombre. Pese a ello ‘Sin nombre’, día a día, supo demostrar de que cuando alguien dijo aquello de que ‘El perro es el mejor amigo del hombre’, estaba pensando en él. Pero no fue suficiente. Los problemas le pesaban a Angélica más que las soluciones. Y un mal día decidió parar el tiempo. Se despidió de su perro, de la vida y dejó una nota: “¡Por favor, cuídenlo! Él es otra víctima igual que yo”. Siempre he oído que hay quien dice que suicidarse es cosa de cobardes. Otros afirman lo contario, que es de valientes. Supongo que es, sobre todo, una cuestión de sufrimiento, de no ver más puerta que aquella que te conduce a la nada. En fin, no sé.
A ‘Sin nombre’ le recogimos una mañana. Nos avisaron y acudimos a por él. No se movía, solo temblaba. Estaba acurrucado a los pies de la cama, convertido sin quererlo en testigo mudo de aquella tragedia.
Me imaginaba los últimos momentos de Angélica cuando su vida calló para siempre. Pensaba en el sufrimiento y también en el silencio que debió envolver aquel final. La verdad es que nunca olvidaré aquella casa, al fin y al cabo, supongo, que el dolor que produce el final estable de una vida es siempre, absolutamente infinito.
¡Ah!. ‘Sin nombre’ vive ahora en la jaula de un albergue.