Los indultos, algo muy serio
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Esta temporada 2006 nos ha dejado una gran nómina de toros indultados. El perdón de la vida de un toro bravo es algo sensacional y muy importante. Pero lo peor es que también es el camino ideal para caer en el triunfalismo barato, y hacer con esto una “fiesta” que poco se le parece a lo que verdaderamente representa el máximo tributo para un toro de lidia.
Un buen reacedor es aquél que tiene unas condiciones excelsas en todos los tercios para que pueda ejercer como semental y dar productos tan excelentes como lo fue él. Nos estamos refiriendo a un toro bravo de verdad, encastado, con pujanza y temperamento, con duración y que se salga de lo común. Sin olvidar su comportamiento en el tercio de varas, donde deberá haber tenido que pelear con bravura y haber entrado como mínimo dos veces al encuentro con el picador. Es decir, tiene que ser un animal muy especial.
Y lamentablemente, animales de esta condición se están indultando muy poquitos. Porque la gran mayoría de los toros que se están indultando son animales pastueños, con infinidad de muletazos, nobles pero carentes de esa verdadera casta que requiere un toro que se deba de echar a las vacas. Casi siempre son animales dulzones y bizcochones ideales para el éxito de los toreros, pero no para ser un reacedor que deje la simiente de bravura suficiente a todos sus descendientes.
De todos los toros que se han indultado este año, y son varios, sólo dos se pueden asemejar a lo que nos estamos refiriendo: por un lado el toro Cara Alegre de “Valdefresno” indultado en Beziers (Francia) y Gastasuelas, de Marqués de Domecq, en Albacete. Estos son dos de los pocos toros del 2006 que han merecido este galardón. Lo demás es una farsa, una parodia de los taurinos y una mentira que desmerece lo que debe ser un indulto en toda su extensión.
Es como aquel toro indultado hace unos años en Collado Villalba. ¿Se acuerdan? Llevaba el hierro de Carriquiri (ganadería medio desaparecida del mapa y venida muy a menos). En aquella ocasión vimos la mejor representación de lo que es la “Fiesta del Indulto”. Un torero dispuesto que provoca al personal; un toro noblón que acaba rajado; y una pandilla de aduladores en el callejón dando voces para calentar. ¿Se imaginan si ese semoviente se haya echado a las vacas? Una ruina.