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Monarquía o República

Rafael Simón

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Se ha puesto de moda criticar a la Monarquía española, al Rey y a su familia. Una asignatura que pese a la Transición, gran parte de la izquierda ni perdonó ni olvida. No seré yo quien diga que la Monarquía española no ha cometido errores, algunos incluso plagados de connotaciones vergonzosas pero así y todo más avergüenzan los miles de “errores” que como eufemismo de corrupción, amiguismo, despilfarro y banalidad ha venido protagonizando en estos últimos años nuestra clase política, un día sí y otro sí; “errores” cometidos por unos políticos que ahora se rasgan las vestiduras de la decencia antimonárquica
Aquí tampoco nada ni nadie serán olvidados. Díganme una sola porción del país que no haya sido salpicada por méritos escándalos de corrupción. Una sola. Si la monarquía como forma de Estado no hace a la casta política peor, muchísimo menos la República hace a los políticos mejores. En el ranking de países menos corruptos del mundo, entre los diez primeros, siete son monarquías. Entre los más corruptos se hallan repúblicas virtuosas y ejemplares como Ucrania, Bielorrusia, Azerbaiyan, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y Rusia, todos de la extinta Unión Soviética tan añorada por nuestros nostálgicos y conmovedores comunistas de aquí. O Corea del Norte. Y si lo habían olvidado la República Bolivariana de Venezuela, piropeada por nuestros progres de Universidad, sindicatos, esnobs e izquierdistas avant la lettre, está a la cabeza de países más corruptos. ¿Es la monarquía también la culpable? ¿Cómo es posible que esas repúblicas sean tan corruptas?. Que nos lo digan.

Reparen que los peores ‘ismos’ del siglo XX vivieron en vientres republicanos: comunismo soviético, maoísmo chino, nazismo alemán o el bufonesco fascismo de la República de Saló. Y fíjense como en algunas repúblicas comunistas la tentación de perpetuarse en el poder de manera hereditaria alcanza dimensiones grotescas, como la del amado líder Kim Jon-Un, nieto e hijo de los anteriores monarcas comunistas, pura sangre azul; o el ‘joven’ Raúl Castro, hermano del inmortal Fidel; o Jiang Qing, lideresa del “grupo de los cuatro” y viuda inconsolable del gran timonel de China Mao Zedong (yo prefiero llamarlo Mao Tse-Tung en recuerdo del maoísta PTE de Eladio García Castro y en homenaje al Libro Rojo, una Biblia poco apta para estómagos pusilánimes). Eran y son repúblicas hereditarias de las que siguen prendados los comunistas occidentales. De joven aún tenía pase, pero añorarlas hoy demuestra que no se ha madurado intelectual y éticamente.

Monarquía o República, esa es la gran preocupación de los españoles, no les quepa duda como en tiempos del mago Zapatero lo era la memoria histórica, no la crisis ni el paro, que solo existía en la inocua mente de los antipatriotas. Ahora cuando la crisis es una pesadilla y la memoria histórica un legítimo derecho de los familiares, no un arma política de confrontación, vuelven algunos con su particular memoria antimonárquica y con la bandera tricolor. Encima afean que la Transición fue un error. Por eso, a falta de un futuro que muchos de ellos destrozaron durante los últimos años de su reinado, quieren devolvernos al pasado.
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