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Tribuna

El desplome del sentido común

Víctor Corcoba Herrero

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
El desplome del sentido común
Se dice que un tropezón puede prevenir una caída, pero cuando se va de tropiezo en tropiezo, al final seguro que nos derrumbamos. Lo mismo sucede si dejamos a un lado la sensatez, corremos el riesgo de arruinarnos la vida. Considero que el desplome del sentido común es hoy una bochornosa realidad en un mundo de dudas, incapaz de valorar o apreciar lo que en realidad vale la pena. Vayamos a lo más primigenio e interroguémonos: ¿El instinto natural materno o paterno, incoercible de defender la vida, nos afana como el germen de la existencia se merece?
Creo que hay que dar el todo por el todo, o sea, por la existencia. En nuestro tiempo el reconocimiento de los derechos del niño o del no nacido, que también es una vida, sigue siendo motivo de amarguras, como lo manifiestan los numerosos maltratos, abusos sexuales, abortos, violencia escolar... Pienso que hay que estar vigilante para que el bien del ser indefenso se ponga por encima de todo ¿Acaso la plaga de tantas separaciones y divorcios o el mismo aluvión de terrorismo doméstico, no perjudica excesivamente a los niños? Crecer con padres enfrentados, que no se respetan en absoluto, o con asesinos, cuando menos ya es traumático. Yo así lo veo. Sin embargo, también hay que decir que frente a estas atrocidades y contrasentidos, nos parece una muy buena noticia que España supere la media de la UE en escolarización a los tres años o que la salud de los menores se sitúe en niveles óptimos. Por el contrario, no nos parece saludable, que los adolescentes consuman tanta televisión e Internet, ni que la actividad de ocio preferida sea salir a hacer botellón.

Está visto, que perdemos la cabeza no sólo cuando nos ponemos al volante, también cuando ingerimos alcohol y otras adicciones, o caminamos en sentido contrario a las agujas de la vida. El choque de cuerpos desplomados, por falta de haber en el sentido común, casi siempre es mortal. Lo cierto es que cada día cuesta menos matar a una persona, alegando que se ha perdido el común de los sentidos. Ya está bien de seguir la gracia a los destripadores. Iniciativas, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, han llegado a ser poco a poco socialmente consideradas. Bajo estas sombras, percibir la distinción entre el bien y el mal no es nada fácil. Luego está la relatividad, el todo es relativo, lo que todavía nos derriba más el discernimiento. En todo caso, no puede haber progreso si ninguneamos a la persona, si la desechamos como si fuera una cosa.

Se me ocurre que, si con el carné por puntos han muerto menos personas, también puede dar buen resultado reinventar un carné para que cuente y cante nuestras miserias, a fin de rehabilitar aquello que infrinja las creencias naturales o proposiciones que parecen sensatas. Nos falta conducirnos con prudencia por la vida, vayamos en vehículo a motor o, al igual que Machado, haciendo camino al andar. Cuando nos dirige el estilo alocado no se encuentra abecedario para comunicarse con nadie de manera clara, respetando sentimientos y vidas. La prudencia, como sentido rey del sentido común, siempre fue regla y medida de todos los instintos.

En consecuencia, pienso que debemos volver, con urgencia, a la ética del sentido común. De lo contrario, perderemos humanidad y ganaremos barbaries. Los espacios propicios para el silencio y la meditación pueden ayudarnos a reflexionar. Para empezar, nadie tiene derecho a que le interpreten su propia vida ¿Cuántos interpretes se le ofrecen a diario para encauzar su vida? Seguro que una legión. No es exagerado pensar que los andares de nuestra sociedad globalizada, van a depender en gran medida de la utilización de este conocimiento natural que todo el mundo tiene por el ejercicio espontáneo de la razón. Incluso aquellos que lo niegan, y que suelen utilizarlo de una manera u otra en sus razonamientos, reclaman respeto hacia la idea del orden del cosmos o de la misma conciencia del propio yo. Ponderar este conocimiento, que para nada es una visión simplista, conlleva alejarse del saturado ninguneo que a diario soportamos. Estamos hartos de tanto menosprecio a las personas. No tomarlo en consideración, es cavar nuestra propia tumba. Iguales derechos, iguales deberes, porque todos somos necesarios y valemos lo mismo. Sería un despropósito dejar en la cuneta el conveniente propósito de utilizar el sentido de la cordura.
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