Carrillo, un icono de la Transición
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Allá por los años 50 del siglo XX, el poeta Jaime Gil de Biedma, tío carnal aunque en modo alguno correligionario de la ex presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, decía aquello: “De todas las historias, la más triste es la de España, porque acaba mal”. Por fortuna, tan aciago sino estaba a punto de cambiar. Los años 60 fueron de extraordinario crecimiento económico y apertura al mundo de nuestro país. Y en los 70, si bien la economía acusó los efectos de la crisis mundial de 1973, conocida como del petróleo, la muerte al fin del dictador en 1975 abrió paso a la democracia.
Un conjunto de afortunadas circunstancias históricas coadyugaron a la implantación y desarrollo de ésta España. Pero tal vez también la coincidencia de un puñado de personajes que pueden ser considerados providenciales y que abarcan desde el Papa Pablo VI, convencido antifranquista, hasta el secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo; pasando por el cardenal Vicente Enrique Tarancón, el Rey Juan Carlos, los presidentes Adolfo Suárez y Felipe González, y alguno más.
De todos, uno de los más importantes fue sin duda Santiago Carrillo, quien en torno a aquellos años trascendentales tuvo bajo su influencia a las más organizadas y disciplinadas fuerzas de oposición a la dictadura: el propio PCE, el sindicato Comisiones Obreras y la plataforma de fuerzas políticas y sindicales reunidas en la junta democrática. Pero, a diferencia de otros protagonistas de la Transición, Carrillo además tenía un plan, cuyo objetivo era la implantación en nuestro país de una democracia, abierta a los más avanzados cambios económicos y sociales; y la estrategia para conseguirla, la movilización social más amplia.
Como todo político de altura, de principios, verdadero profesional y no vulgar oportunista, en la medida en que supo adaptarse a la realidad, cambiar de táctica cuando ésta lo requería y aún de objetivos a corto y medio plazo, Carrillo acertó, tuvo éxito e influyó sobremanera en la construcción y desarrollo del sistema democrático español. Pero en la medida en que permaneció agarrado a fórmulas que el rápido acontecer convirtió en impracticables, y en la medida en que no supo o no pudo llevar hasta sus últimas consecuencias la renovación ideológica de su partido, Carrillo fracasó.
En el primer caso nos referimos al “Gobierno Provisional” que Carrillo propugnó más allá incluso del periodo constituyente; cuando ni la UCD de Suárez, dueña todavía de los resortes del mando, ni el PSOE de González, ávido de arrebatarselos, tenían el más mínimo interés en esa fórmula. Pero tampoco la inmensa mayoría de la población, deseosa más que nada de paz civil y estabilidad, parecía interesada en que se estableciera un peligroso y lívido interinato. A Carrillo debió cegarlo en este asunto el deseo voluntarista de que su partido, y él en persona, tocaran poder en ese hipotético Gobierno Provisional, lo cual podría ayudarles a ampliar decisivamente su pretendida influencia política.
Durante mucho tiempo pensamos que a Santiago Carrillo, en el diseño de la transición de la dictadura a la democracia a través de la política de conciliación nacional formulada ya en los años 50 y desarrollada durante los 60 y 70 a través de propuestas como el pacto por la libertad, la huelga general revolucionaria, las mesas y las juntas democráticas, etc., lo hacía inspirado en el modelo de transición de 1930-31 de la dictadura a la República. Pero cuando se lo preguntamos al propio Santiago Carrillo, nuestra sorpresa fue mayúscula. Pues lo que él recordaba ante todo de los primeros tiempos de la República, y no estaba dispuesto a que se repitiera, era el espectáculo de aquellas Cortes Constituyentes perdidas a veces en debates estridentes, espasmódicos, delirantes; y la acción del Gobierno Provisional presidido por don Niceto Alcalá-Zamora, las más de las veces contradictoria y errática. Él había sido testigo privilegiado de la Historia, como corresponsal parlamentario del diario El Socialista en las Constituyentes. “¡Detuvieron hasta al general Berenguer!”, decía Carrillo. Entonces sí que conocimos al Santiago de la Transición; reconciliador, realista, moderado, mesurado y constructivo.
Su fracaso: la adaptación del PCE a la democracia
Pero en lo que fracasó Carrillo sin duda fue en la renovación del PCE. El camino emprendido en este sentido con la formulación del eurocomunismo, el socialismo en libertad y la renuncia expresa al leninismo y otros gestos, sólo podía desembocar en la socialdemocracia. Ahora bien, para conducir a ésta a tantos y tantos dirigentes y cuadros educados en el estalinismo más o menos conscientes, hubiera hecho falta una renovación más profunda del Partido Comunista de España y tal vez una relación menos hostil y competitiva con el PSOE. Renovación incluso de líderes, ¿pues qué hacía Santiago Carrillo a sus 77 años al frente del cartel del PCE todavía en 1982? El triunfo arrollador del Partido Socialista de Felipe González, en las urnas y el hundimiento del PCE obligaría a Carrillo a dimitir de la Secretaría General de éste y muy pronto abandonarlo.
Una vez desprendido del PCE y tras el fracaso de su efímero Partido de los Trabajadores, Carrillo consumó su evolución ideológica llevando a sus más fieles amigos al PSOE, aunque él prudentemente se quedaría fuera. Pero, sin Carrillo, la mayoría de los comunistas españoles se dispersaron, ora en el interior ora en el exterior de Izquierda Unida. En Italia el grueso del PCI hizo su camino hasta el Partido Democrático sin grandes escisiones ni sobresaltos. Pero en España, aún está por construirse, a la izquierda del PSOE, un partido totalmente desprendido de residuos leninistas y estalinistas. Tal vez la Izquierda Plural de Julio Llamazares, que intenta organizar ahora, busque jugar ese papel. Aunque el nombre escogido parezca indicar una Izquierda Unida ‘bis’ ¿sin comunistas?
Interrogado hace algún tiempo en la televisión sobre la matanza de Paracuellos, ocurrida en los mismos días en que él, un joven de 21 años, trataba de hacerse con el control de las fuerzas dependientes de la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, Santiago Carrillo respondía que, si había sido responsable por omisión, 40 años de exilio eran ya una pena suficiente. Su impagable contribución a la convivencia democrática, al menos desde mi humilde punto de vista, debe contar también en el balance de una biografía finalizada con el máximo reconocimiento y dignidad.