¡Esto no hay Dios que lo arregle!
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Que uno no tiene trabajo... ¡Tranquilo que Dios, que aprieta y que no ahoga, proveerá!. Que no tiene dinero para comprar un piso, un coche o para disfrutar vacaciones en Cancún y además su banco le niega la concesión de una hipoteca o de un préstamos personal... ¡Dios proveerá!.
Esta filosofía, reflejo de una generación sobreprotectora que asistió a su cenit de opulencia a principios del siglo XXI, nos ha hecho vivir durante todo este tiempo en una burbuja que, al amparo del crédito y de espaldas a la austeridad, ha conseguido borrar de nuestro horizonte la perspectiva de la racionalidad.
Desgraciadamente, cuando la cuerda se tensa hasta un punto de máxima elasticidad, basta abrir el periódico un día cualquiera para volver a tomar conciencia de que la situación es muy distinta a aquella en la que pretendimos instalarnos, con deseos de perennidad, seis o siete años atrás. La semana pasada, por no ir más lejos, distintos medios informativos de ámbito nacional y provincial publicaban titulares tan desalentadores como estos: ‘Los mercados asfixian a España’; ‘La prima de riesgo se sitúa por encima de 540’; ‘Mayo catastrófico con un desplome en la Bolsa de un 13%’; ‘Dudas sobre un posible rescate a España’; ‘El posible aumento del IVA haría peligrar las exportaciones y el saldo de la Balanza de Pagos de nuestro país’; ‘Fuga de capitales. 97.000 millones de euros se escapan de nuestro país en el último trimestre’; ‘El 11 de junio conoceremos el informe del Fondo Monetario Internacional que precisará las necesidades de dinero de la banca española’; ‘El gran fraude de las preferentes’; ‘Las inmorales rentas de los ex directivos de la banca española’, etc. etc. etc. Si no llega a ser por la reunión de nuestra vicepresidenta en Virginia con el Club Bilderberg y por la publicidad gratuita que Madonna nos está regalando con su particular botafumeiro, sería como para echarse a temblar.
Es obvio que España ya no vende. Su different, tan rentable en otras horas, se ha convertido hoy en un lamentable guiño a la desconfianza. Y es que el riesgo de invertir en nuestro país parece cada vez mayor. Nuestras exportaciones en un mercado cada vez más globalizado y competitivo, palidecen ante un posible incremento de sus cargas impositivas. Las grandes fortunas que antes buscaban su nicho de inversión aquí, hoy se escapan. Y todo, en buena parte, como consecuencia de perder nuestro crédito internacional. Y no me refiero al monetario, sino más bien al perceptivo. A ese que, gracias a los especuladores del ladrillo, de las finanzas y de la política, ha pasado de exponernos como un país próspero, serio, solvente y emergente para empezar a mostrarnos como una república bananera plagada de lobbies, intereses y monopolios disfrazados de libre mercado.
¡Esto no hay Dios que lo arregle! Sobre todo mientras no hagamos nuestra aquella jaculatoria que rezaba: “Ayúdate, que te ayudaré”. Repitámosla, a ver si así...