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Hay que retirar los badenes

Juan Antonio Herrero Brasas (*).- Profesor de Ética y política pública en la Universidad del Estado de California.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La instalación de badenes en las calles de algunos de nuestros pueblos ha superado ya la categoría de obsesión para entrar en la paranoia. Hay zonas del pueblo de Guadarrama, por poner el caso con el que estoy más familiarizado, en que es imposible circular más de cien metros sin tener que enfrentarse a una de esas barreras.

Es obvio que la presunción en que se inspira la instalación de los badenes es que de esta manera se fuerza a los conductores a ir más despacio, evitándose en consecuencia posibles atropellos. Tal presunción, no obstante, plantea graves cuestionamientos que nuestros regidores locales, por desconocimiento o quien sabe por qué, pasan por alto.

Comenzaremos por lo más teórico y filosófico, aunque no necesariamente lo menos importantes: el deseo de evitar el delito o infracción que una minoría pueda cometer no se puede traducir en la imposición indiscriminada de restricciones y obstáculos físicos sobre toda la población. No se puede atar de manos a todo el mundo con el fin de que algunos roben. Cuando excepcionalmente se aplica una medida de esa magnitud deben existir graves, justificadas y probadas razones para ello, que como veremos a continuación no es el caso.

No existe ningún estudio comparativo, que demuestre o sugiera que gracias a la presencia de badenes se producen menos atropellos de peatones. Lo que sí están produciendo es otros efectos nada deseables. El más preocupante de todos ellos es que en una situación de emergencia dichos badenes -en algunos casos, auténticas barbaridades piramidales atravesadas en las vías públicas- suponen un grave obstáculo para las ambulancias , especialmente en los casos más graves, cuando están transportando a una persona con una hemorragia o mientras realizan una transfusión de sangre. En ese caso, los badenes constituyen un auténtico atentado contra la salud pública.

Esa fue al parecer la idea que llevó a suavizar, haciéndolos casi desaparecer, los badenes en torno al monasterio de San Lorenzo de El Escorial, así como en las salidas de dicho municipio hacia el hospital local y hacia Madrid, con motivo de la visita del Papa. La suavización de los badenes se llevó a cabo precisamente en previsión de que se produjera alguna emergencia que pudiera afectar al Santo Padre, a su séquito o a los asistentes a los actos allí programados. Que el lector saque sus propias conclusiones.

El desgaste tremendo que suponen los badenes para los amortiguadores y ruedas de un vehículo (y no digamos para los bajos del coche al menor descuido), y el coste innecesario que ello conlleva, así como la irritación que produce el conducir por unas calles convertidas en circuitos de obstáculos sería razones suficientes para eliminar dichos disparates viales. Además, la irritación que una cadena interminable de badenes puede producir en algunos conductores frecuentemente se traduce en acelerones entre obstáculo y obstáculo, es decir, precisamente lo que se pretende evitar con los badenes.
¿De qué sirve en una época histórica en que tenemos calles pavimentadas por las que podemos (o deberíamos poder) circular cómodamente, en vez de ir hundiendo las ruedas de la carretera en charcos y tropezando con pedruscos, si resulta que nos vemos de todos modos injustificadamente forzados a soportar esas mismas incomodidades?.

Como he señalado, además de dañar nuestros vehículos e irritar a los conductores, los badenes constituyen un auténtico regalo para la salud pública. No existe ningún razón justificada para introducir semejante elemento de incomodidad en el tránsito urbano, y sí muchas para eliminarlo. Esas razones -las que se han citado en este artículo- son en las que se fundamenta la prohibición de badenes en otros países europeos. La misión del gobernante, incluido el regidor local, es facilitar en todo lo posible la vida del ciudadano, y no dificultarla y obstaculizarla de modo obsesivo que ha llegado ya al extremo de lo disparatado.

Los badenes deben ser sustituidos por señalización acústica y luminosa, mayor vigilancia policial cuando sea necesario, y multas más frecuentes y de mayor cuantía.

La totalidad de los conductores no debe ser penalizada por la mala conducta de unos pocos.

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