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Algo más que palabras

Bajo el surtidor de los faroles

Víctor Corcoba Herrero

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Al parecer, el amor, cosa antigua, no interesa. El duradero, sobre todo, es una pesada carga a juzgar por los voceros. Lo que mola es desunir. Es la vanguardia. Detrás de todo ello, creo que hay una coacción inverosímil, enfermedad de los tiempos actuales. A veces cuesta entender esta fiebre de voces contradictorias, nacientes de algún poder del Estado. Dan la sensación de querer cambiar nuestra forma de pensar, lo que es tradición de siglos, y el fondo de nuestro ser, bajo el sonsonete impacto de la ley.
Pienso que es una señal ilógica y abusiva. Disgregar lo compacto, como dividir mundos, no es bueno. Cuando se desmorona la primera célula social, el vínculo de la familia y se pulveriza el matrimonio, la chispa de la vida también decrece. Para muestra un botón. Ya tenemos los resultados totalmente negativos de los hijos de padres separados, atmósfera que ha sido (y es todavía) abonada solapadamente por algunas superioridades. La unidad familiar no es ningún vestido de quita y pon, según estaciones de vida. El efecto siempre es penoso.

Para dolor nuestro, como ya dije, el amor se ha desvirtuado del divino licor, de los labios de las flores y del incienso de los enamorados. Al igual que un lamento de grillos cada cual canta su pena. En ocasiones, porque se ha perdido coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; y, otras veces, por desistir de lo que en verdad se siente. Se necesitan otras canciones más apetecibles. Ya estamos hartos de la misma cantinela crediticia, la de competir por competir y la de compartir por interés del capital. Un verdadero tormento. Me alegra que también Saramago apueste por ese mandamiento de luz, tan necesario para volverse un corazón blanco: “Nuestra única defensa contra la muerte es el amor”. Sin duda, sobran las vías para aumentar la productividad y faltan productores de amor que, en verdad, nos alegren los días. Yo mismo, hace tiempo que paso de recibir voz alguna proveniente del surtidor de los faroles, porque su faz de bienestar, socialmente interesado, me quema y esclaviza. Para nada me fascina vender mi vida a ese diablo de retos sin alma, sin estilo alguno y con poca educación. A los hechos me remito. Que a estas alturas de siglo, con la proliferación de tanto surtidor de faroles, todavía se tengan que dictar normas de urbanidad es síntoma incuestionable del nivel de carencias que poseemos. Que se tengan que preparar planes para controlar los alrededores de los centros escolares, con la finalidad de atajar el aumento de actos de violencia y de tráfico de drogas que acecha a los alumnos a las entradas y salidas de clase, resulta de igual modo bochornoso. Que el valor de las pequeñas cosas que enriquecen la vida y nos enseñan a descubrir el sentido de vivir, sea historia pasada corrompe el pensamiento. Bajo ese estado de confusión y convulsión se mueve el ciudadano hoy en día, lleno de temores y tensiones, cerrado en sí mismo, insatisfecho.

Cesen los faroles que la vida es más seria que ese juego de trampas. No me importa subrayarlo. Soy de los que pienso que las faroleadas de algunos dirigentes políticos nos están llevando en volandas a una incertidumbre de Estado. Algo tremendo. Las crisis nacionales no benefician a nadie. Y cuando menos, en España, habemos descontrol. Un signo nefasto, puesto que genera inestabilidad e inseguridad a raudales. Sin duda este tipo de revuelos y revueltas debemos tener mucho cuidado en no encenderlas. Luego se almacenan rencores que son de difícil olvido. Por eso, yo le pediría al surtidor de los faroles, una vez más, que tomase otro tren menos fanfarrón, más humilde que estirado. Eso de estirar la arrogancia y jugar al capricho del político de turno, siempre revierte en un clima de crispación y en un oleaje de fobias.
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