El último ‘gañán’ recuerda la importancia de aquel viejo oficio
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Vicente López nació en 1928 en Guadarrama y en este pueblo ha vivido toda su vida excepto los años de la Guerra Civil, en que el pueblo fue arrasado y la buena parte de los vecinos tuvo que salir con lo puesto. Tiene tres hijos y cuatro nietos, y a pesar de sus 84 años (o tal vez gracias a ellos) cuenta con una mente lúcida y una conversación abierta y acogedora. Durante su vida ha ejercido varios oficios, pero el más interesante es, sin duda, el de gañán.
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española define gañán como mozo de labranza u hombre fuerte y rudo, en esta parte de la Sierra madrileña este término también es sinónimo de carretero o conductor de bueyes. Y ése es el oficio que Vicente recuerda con nostalgia para El Faro del Guadarrama, además de otras anécdotas y circunstancias que marcaron su vida y la de los guadarrameños. Vicente López es, junto con su vecino Valentín Casanova, el último representante de aquel oficio tan necesario entonces como hoy día cualquier medio de transporte.
¿Cuándo empieza a trabajar como gañán?
Sobre los 13 o 14 años mi padre me puso a conducir el carro con los bueyes, que en nuestro caso eran vacas, para bajar los pinos del monte. En total habría unas 10 ó 12 parejas de bueyes en todo el pueblo. Y así es como se bajaba la madera. Al llegar al aserradero se medían los pinos y nos calculaban el metro cúbico de madera para pagarnos. Aparte de los pinos, que los compraban en subastas públicas por parcelas, también se usaban los carros para bajar leña que se utilizaba en la cocina, para guisar y calentar las casas.
Los carros a base de bueyes (toros castrados) y vacas fueron en Guadarrama la fuerza de un transporte dedicado a los pinares, pero también al transporte de otros materiales e, incluso, al arado de las tierras.
¿Tenían los bueyes otros usos?
En esos años mi familia tenía una pareja de vacas avileñas, no bueyes. Y con ellas llevábamos los barros a los tejares que había donde está ahora el embalse de la Jarosa; bajábamos las tejas para la construcción de las casas del pueblo y también las piedras. Incluso los carros se utilizaban para llevar las basuras de las cuadras a las tierras de siembra.
Vacas de derechas o izquierdas
Vicente recuerda aquellas vacas que, además del sustento para la familia, eran sus compañeras de trabajo. Y explica que éstas podían ser de derechas o de izquierdas (aunque no como la gente, aclara): “Normalmente se compraban en el mercado de Ávila. Si se compraba una vaca domada había que ver si ya estaba enseñada a ir en la parte derecha o en la izquierda, para que no fuera igual que la pareja y se liasen al caminar. Existía el riesgo de que los animales se clavasen raíces o puntas de las jaras, leña ésta que también se transportaba en gavillas (brazadas) hasta el tren, para las tahonas de Madrid. En el caso de que se hiriese en la pata, ese animal no tenía arreglo y había que matarlo. Era muy importante entonces la función del herrero, ya que todos estos animales llevaban herraduras, algunas hechas a medida. Y si el herrero no era bueno y alcanzaba con un clavo el hueso podía dejar cojo al buey”.
¿Cuál era exactamente la función del gañán?
Si la pareja de vacas o bueyes estaba bien domada era fácil llevarlas. Las mías salían de la cuadra y se iban derechitas al carro. Pero siempre llevábamos una vara de llamar, con una punta de hierro para espabilarlas si se quedaban atrás. El gañán siempre iba delante, pero tenía que ir hacia atrás para guiarlas de vez en cuando, por lo que hacía el recorrido tres veces.
Un pueblo devastado
A Vicente López, como a tantos otros, la Guerra Civil marcó su vida. Y las de los guadarrameños de aquellos años muy especialmente, porque su pueblo se encuentra en un enclave de paso. La localidad fue evacuada en su totalidad y la gran mayoría de sus viviendas destruidas.
“Yo tenía 8 años y me marché con mi familia a Águilas, en Murcia”.
Eran cinco hermanos y Vicente recuerda que a uno de ellos le obligaron a alistarse allí y a combatir. Pero las lágrimas de sus ojos indican que aquel episodio no debió tener un final feliz tampoco para esta familia.
“Al poco de terminar la guerra regresamos al pueblo y no había más que 10 o 12 casas en pie. Nos metimos a pasar la noche en una que no tenía ventanas, ni puerta, ni lumbre.
Al día siguiente, subíamos a los fortines del monte a recoger platos y todo tipo de enseres que habían dejado los soldados. De ahí fuimos cogiendo las primeras cosas para valernos, pero también quedaban muchas bombas y muchos vecinos murieron. Otros perdieron extremidades, ya que las recogían para venderlas como chatarra. Había tantas que, de hecho, hace poco ha salido una en una obra de la calle San Roque”.
Poco a poco se fueron levantando nuevas casas con barro y con la piedra de las derrumbadas. Incluso la Casa de las Cadenas, de Felipe II, se desmontó para hacer casas y cuadras.
A los pocos años, y aprovechando los buenos barros de la zona de la Jarosa, se montaron allí varios tejares, que estuvieron en funcionamiento prácticamente hasta la construcción de la presa, llenada en 1967.
¿De qué vivían en esos años?
La mayoría trabajábamos para los terratenientes. Luego se construyeron los hospitales de tuberculosos, que hubo hasta cinco, y eso dio mucho trabajo, principalmente a las mujeres. También daba mucho trabajo el Preventorio (residencia de niñas). Había hasta 700 chicas de toda España y trabajaban unas 70 mujeres. Los hombres trabajan en la construcción. En los años 42 y 43 Regiones Devastadas construyó la Plaza mayor, el barrio de la calle León, las casas de los maestros y la casa cuartel de la Guardia Civil”.
De todas formas, explica Vicente, “lo normal era trabajar en varias cosas según la época o lo que saliese. Se trabajaba en el desmoche de árboles, en la recogida de hierbas o de arena del río para la construcción”.
La construcción de los túneles de Guadarrama supuso una gran ayuda para muchas familias del pueblo, que disfrutaron de jornales dignos mientras duró la obra. Tanto es así, recuerda, que incluso se hizo una recomposición de la conocida poesía de Bécquer: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, pero los jornales del túnel, esos, no volverán...”
Antes de estos jornales en los años 60, la escasez era la norma en la mayor parte del país y en el propio pueblo de Guadarrama. Vicente explica cómo la mayoría de las compras se las hacían “al tío de los jueves, que venía este día con todo tipo de enseres en una cesta. Le comprábamos lo más necesario y se lo íbamos pagando poco a poco todas las semanas”.
¿Y en aquellos años tan duros hubo alguna nevada que les afectara en especial?
En el año 53 o 54 cayó la gran nevada. Fue tan grande,que tuvieron que ir los del pueblo a rescatar a los trabajadores y presos del Valle del los Caídos. Tuvieron que abrir la carretera que sube al Valle a paladas. Y después vino Franco a felicitarlos. Recuerdo que algunos de aquellos presos vivían aquí, en una casa a la salida del pueblo hacia el puerto. Los veíamos pasar con el uniforme que los distinguía.
A partir de los años 60 comenzaron a florecer urbanizaciones por todo el municipio. El turismo de Madrid supuso una nueva fuente de ingresos que renovó el municipio y sus costumbres. Pero Vicente aún guarda el cariño por aquellos animales con los que compartió tantos momentos. “Ahora tengo 15 vacas limosinas. Recibimos subvención de Europa para que no desaparezcan las razas”.