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La reducción del gasto público

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La campaña electoral de los partidos mayoritarios está montada sobre una gran mentira: ninguno dice qué recortes hará si gana. Porque saber que tendrán que recortar, lo saben de sobra. Como no lo quieren proclamar -por razones obvias-, se limitan a garantizar que con ellos habrá austeridad en la administración.

La Unión Europea acaba de cifrar incluso cuántos miles de millones de euros tendremos que dejar de gastar para que no se dispare el déficit y, con él, la desconfianza, la prima de riesgo y la suegra de las turbulencias financieras. Tras el debate televisivo con Mariano Rajoy, Alfredo Pérez Rubalcaba se atrevió a dar un pasito proponiendo la eliminación de las diputaciones provinciales. Esta modesta aportación al ahorro patrio levanta ronchas.

Rajoy se apresuró a defender la permanencia de las diputaciones hablando de la utilidad que tienen para asegurar la supervivencia de los servicios públicos básicos en las pequeñas poblaciones, pero en el campo socialista tampoco están de acuerdo con Rubalcaba. Enseguida saltó Griñán con la misma argumentación que Rajoy, y por no hablar de los presidentes de estas corporaciones en Sevilla y Huelva, que resultarían directamente damnificados de llevarse a cabo la liquidación de las mismas.

Aparte de las diputaciones, siempre que se habla de reducir el gasto público hay muchas miradas que se vuelven hacia las televisiones autonómicas, artefactos identitarios y propagandísticos cuyo nacimiento estuvo rodeado de ilusión y parabienes y cuyo desarrollo, en ocasiones megalómano, llega a provocar ya malestar e indignación. Son 13 las que funcionan ahora mismo en nuestro país, costando a los contribuyentes más de 2.000 millones de euros al año, más las deudas que arrastran tras una gestión desenfadada y atenida a los tiempos de vacas gordas, definitivamente idos.

También han brotado como setas las universidades. Actualmente existen casi 80, entre públicas y privadas, algo realmente paradójico si se tiene en cuenta que el número de alumnos ha bajado un 15 por ciento en la última década. En los años 90 del siglo pasado las fuerzas vivas locales presionaron para que no quedara ninguna provincia sin su universidad y las autoridades autonómicas fueron incapaces de oponer la calidad y la excelencia a esa presión. De modo que ahora hay un porrón de universidades, que cuestan un montón de dinero y cuyas titulaciones valen poquísimo en un mercado laboral tan exigente y competitivo. En algunos centros universitarios hay más profesores que alumnos. Con eso está dicho todo.

Ahora bien, si eliminar las diputaciones es difícil y reducir las teles autonómicas complicado, meterle mano a las universidades se antoja completamente imposible. Se podrían fusionar, al menos.
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