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OPINIÓN

La leyenda continúa

La leyenda continúa
Por ALFREDO FERNÁNDEZ
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La muerte de Antoñete ha teñido de luto el mundo del toro. Se ha ido un maestro, el máximo exponente del toreo eterno, un modelo irrepetible de entender este arte, pero sobre todo se ha ido para siempre un torero, dentro y fuera de la plaza. Chenel ha sido fuente de inspiración en la que han bebido muchas figuras: Joselito, Rincón, El Cid...

El toreo de Antoñete devolvió las bases fundamentales de la Tauromaquia: la colocación, el temple, la pureza, el sentido de las distancias, los terrenos.

El maestro tuvo todo lo que entiendo que debe tener un torero: valor, arte, cabeza, temple, irregularidad. Sí, irregularidad. Constantes idas y venidas. Su resurrección cuando ya casi estaba en el olvido. Su consagración cuando ya había cumplido los 50 tacos. Humilde y sencillo, no quería que se le recordase como una figura, sino como un diestro que toreaba muy bien. Así era Chenel. Con una personalidad y una torería abrumadoras. También de tardes aciagas. Pero sus cumbres fueron tan inmensas que nadie podrá olvidarlas y quedan marcadas a fuego en los anales de la Fiesta.

Torero de Madrid por los cuatro costados. Baluarte y estandarte de la afición capitalina. Ahí queda su irrupción con el murube de Félix Cameno en 1965. Nació su predilección por este encaste, que luego le sirvió para hacerse. Ganadero. Aquella memorable tarde ante Atrevido, el toro blanco del Osborne, en un San Isidro de 1966, cuando le tenía cortado el rabo y al final fueron dos orejas. La tarde de Cantinero, el toro de Garzón en 1985. Su consagración en Sevilla. Su faenón a un toro de Victoriano del Río en Jaén. Hasta 1998 toreó esporádicamente, aunque espiritualmente nunca se retiró. Aquel regalo en Las Ventas el día de su cumpleaños, 24 de junio, cuando toreó a placer dos toros de Las Ramblas de forma antológica a pesar de sus escasas facultades.

Fumaba tan despacio como toreaba. Con fama de mujeriego. Siempre vestido con el traje lila de sus deseos. El antoñeterismo fue religión.

Generaciones hemos crecido escuchando la sabiduría del maestro en los comentarios del Plus junto a su inseparable Manolo Molés. Hablaba lo justo, en frases con las que sentaba cátedra. Su voz siempre estaba en nuestros hogares.

Por eso, la muerte del mito nos ha bañado en lágrimas. Casualmente, sus últimos comentarios fueron en la plaza de toros de Moralzarzal, en las becerradas del 11 de septiembre. Hasta siempre, maestro. Un torero de los que no quedan. ¡Viva Antoñete! Una leyenda que continúa.
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