Pero él no quiere irse
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Lo dice -y lo teme- todo el mundo. Mientras en el Congreso de los Diputados se pierde el tiempo con “la guerra de la corbata” entre un ministro -el de las bombillas- que será todo lo listo que se quiera, pero que está a la vista que no amuebló bien en su sesera los conocimientos supuestamente adquiridos en la Complutense de Madrid y en la Universidad de Minnesota, y un presidente de la institución (el Congreso) como José Bono, que habla mucho y no dice nada, amén de guardarse muy mucho de no aclarar de dónde proceden los pisos, muebles, caballos y otras bagatelas que constituyen su actual patrimonio; mientras, insisto, esa lucha ridícula tiene lugar para jolgorio de sus señorías, los prebostes europeos, los que nos aprietan las tuercas, teniendo de mirones a nuestro ínclito presidente del Gobierno y a nuestra ilusionista vicepresidenta y respondable de las áreas de Economía y Hacienda, se juegan a las canicas el Estado del bienestar de sus respectivos países, que unos pocos, con una política social abracadabramente y despilfarradora, han puesto en peligro de subsistir.
No entiendo cómo puede ser nuestro actual presidente del Gobierno uno de los actuales interlocutores europeos. Su descrédito es notorio, en España, en Alemania, en Bruselas y en Tegucigalpa. Han sido los suyos -los de su partido- los que lo han licenciado y mandado para casa, posiblemente para esa que él tiene proyectado construirse en León, es decir, lejos del mundanal ruido. Pero él no quiere irse. Alguien ha dicho que el descrédito de José Luis Rodríguez Zapatero es de tal magnitud que “reúne características de fobia social”. No se conoce un gobernante que en tan poco tiempo haya hecho tanto daño a su país. Deja la Nación en ruina y con cinco millones de parados. Un reciente editorial publicado por el diario El País y un artículo de Juan Luis Cebrián, sus valedores e inspiradores hasta hoy, le han dado la puntilla. Es la hora, y cuanto antes, de que José Luis Rodríguez Zapatero abandone el poder. Con él como presidente del Gobierno del Reino de España, ni se le podrá poner remedio a la crisis económica en el interior, ni seremos tenidos en cuenta en los foros internacionales, porque estoy plenamente convencido que, por no saber, nuestro presidente no sabe ni jugar a las canicas.