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Seguridad y esperanza

Leopoldo Jiménez

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Toda época de crisis y desencanto como la que estamos viviendo en la actualidad, genera en las personas no solo inseguridad sino que, además, las empuja a afirmarse, a darse un mínimo de seguridad y confianza recurriendo, a veces, a soluciones ‘típicas’.
Unos se inclinan por una vuelta al pasado que fue menos problemático, como si fuera posible deshacerse de él siendo una experiencia tan inmediata que casi es todavía presente. Tiene su explicación: cuando la corrupción amenaza con emponzoñarlo todo, cuando los millones de parados y de jóvenes (más del 40 por ciento) pierden toda esperanza de encontrar trabajo -y en la mayoría de los casos su primer trabajo-, comienza a tomar fuerza la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es más ni menos el instinto de conservación y el temor generalizado que caracteriza las épocas de crisis lo que pone en marcha los mecanismos de involución.

Otros se inclinan por una actitud pasiva, propia más bien del 'hombre masa'. En los casos de desencanto máximo no son pocos los que delegan su responsabilidad y se encomiendan a figuras autoritarias que ofrecen una falsa seguridad. Este grupo no entiende que ser persona es lo mismo que decir proyecto de futuro, esperanza y que esperar es esencialmente actuar, pasar a la acción con entusiasmo.

Un tercer grupo de personas se deciden por ‘pasar de todo’ y puesto que los valores están en la crisis y las filosofías y las políticas siguen rumbos distintos y a veces completamente contrapuestos, lo mejor -piensan- es desentenderse de todo y no creer en nada. Según un estudio llevado a cabo recientemente por una fundación francesa -para los 25 países más importantes de nuestro planeta-, relativos a la juventud, España resulta ser el tercer país por la cola donde los jóvenes resaltan su pesimismo y su 'pasotismo'.

Cuando las cosas están así es cuando, al menos desde mi punto de vista, más debe surgir la esperanza como valor capital, como dimensión fundamental del hombre en cuanto a ser abierto al futuro. Como decía Alejandro Dumas: “la esperanza es el mejor médico que conozco”.

Por eso, espero que nuestro ciudadanos no pierdan la esperanza en una sociedad donde se premien los valores, el bien hacer, la cultura, los méritos, etc y esta esperanza es la que debemos trasladar a nuestros gobernantes justo en estas fechas donde vamos a tener la oportunidad de dar nuestra opinión en las urnas.

Corresponde, pues, a los gobernantes de nuestro país -locales, autonómicos, nacionales-, educar para la esperanza. Todo lo que hacemos, todo lo que somos y lo que tenemos en un momento determinado tiene una causa eficiente en el momento anterior. ¿Dónde situaremos entonces la esperanza? En el después, en aquello que deseamos construir.

Por todo ello, lo que ahora debemos pedir a quienes nos están gobernando es el educar para aprender, conocer y dominar el futuro, o lo que es lo mismo, educar para la esperanza.
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