Inmigración y primavera árabe
José M. Estévez
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Atrás quedan las costas de Argelia, Túnez y Libia. Después de largas horas de navegación, llegaremos al puesto de la ciudad de Mesina, en la isla de Sicilia, tras haber superado también el archipiélago de las Palagias (con la isla Lampedusa al centro), y haber hecho escala en el puerto de La Valeta (capital de la República de Malta), situado en el canal que se abre entre Sicilia y Libia.
Por aquí se comprueba como la "primavera árabe" además de destapar la infausta y deplorable realidad que caracteriza el día a día de los países del norte de África y Oriente Medio, ha reabierto el debate en torno al fenómeno de la inmigración ilegal por mar hacia el “espacio Schengen” y sus repercusiones sociopolíticas (veánse las disputas entre Italia y Francia al respecto). Aquí se sabe, también, que la cómoda solución de devolver a estos inmigrantes a sus países de origen implica condenarlos a una existencia marcada por los raptos, las torturas, las represalias, las mutilaciones, o la propia muerte. Como ha quedado demostrado, la revolución árabe protagonizada por hombres y mujeres (éstas han jugado un papel preeminente en las revueltas), es la respuesta de una población mayoritariamente joven (más del 50 por ciento son menores de 25 años), a unas tiranías cuyos gobiernos, caracterizados por la manipulación del ejército, el control de la judicatura, la privación de libertad, la corrupción, el abuso de poder y la malversación de fondos, no han hecho sino crear desigualdad social, desempleo y hambre. Prueba de la desesperación reinante en la zona, además de las protestas en la calle y las muestras de desobediencia civil, son los actos de inmolación realizados por esos jóvenes que ahora se han convertido en verdaderos mártires de unas revueltas cuya memoria revive, una y otra vez, a lo largo de estas aguas. El tunecino Mohamed Bouazizi encendió sobre sí mismo la llama de una cadena de suicidios públicos que ya nadie parece lograr extinguir (sólo en Argelia el número de jóvenes que se han quemado a lo bonzo en los últimos meses se aproxima a la treintena). Desde la cubierta de proa, con mi viejo portátil en el regazo, y contemplado, en las frías horas previas al alba, la oscuridad atemorizante de estas enigmáticas aguas, uno no puede dejar de admirar el coraje y la valentía de los que depositan sus vidas y esperanzas en este mar, así como lamentar las circunstancias que lo hacen inevitable; y desear que ese sueño del preámbulo de la carta fundacional de la ONU, que habla de los derechos fundamentales del ser humano, se haga realidad en estas tierras vecinas.