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Políticos y ley electoral

Alfonso García

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Moraleja de la fábula de Samaniego: El que tiene de vidrio su tejado/esto logra de bueno/con tirar las pedradas al ajeno. Los partidos políticos apedrean sus respectivos tejados, con olvido de su común fragilidad y que las expresiones “tu más y tu también” no lograrán engañar a los electores.
Estos, por responsabilidad, cerrarán ojos, nariz y oídos y votarán a quien les parezca menos -dentro de lo que hay-, se abstendrán de participar o manifestarán su desacuerdo mediante el denostado, despreciado y olvidado voto en blanco.

No me iré por las ramas. Se anuncian las listas para las municipales a celebrar el próximo 22 de mayo y los analistas políticos sacan la lupa y la observan con rigor, o con mala uva, según se mire; para cada partido, todos sus candidatos son puros y virginales -mientras no se demuestre lo contrario en los tribunales de Justicia- y los mejores.

Es cierto que la ley electoral impide ser candidato a quien ha sido condenado por delitos de cohecho, malversación, tráfico de influencias, etc; pero siguen formando parte de las listas imputados en quienes la Justicia ha apreciado indicios de delito. Por dignidad de los candidatos y del partido que los presenta, por respeto a los electores y a la Justicia -a la que tanto dicen respetar-, salvo cuando les das un zapato con un número menos del que calzan-, deberían ser retirados del proceso electoral, pues obviamente carecen de la decencia necesaria para hacerlo por iniciativa propia.

Naturalmente, si algún día un juez proclama su inocencia, deberían ser rehabilitados y ellos mismos tendrían que ejercitar acciones judiciales que impidan que la difamación no sea gratis, como suele suceder en nuestro país.

Algo ha cambiado en la ley electoral, es cierto, pero todavía quedan por resolver múltiples asuntos de interés, que desalientan a los electores: dar cobijo a los traidores -llamados tránsfugas eufemísticamente-; promesas flagrantemente incumplidas; listas cerradas sin opción a cambio alguno; desprecio al voto en blanco, opción tan respetable como el voto directo a un partido; censos electorales ficticios y a conveniencia; desarraigo de los candidatos en la circunscripción por la que se presentan; perpetuación de candidatos conservados con naftalina; mantenimiento de las listas de tipos faltones y soeces...

La desafección de los lectores se mide, aunque la casta política no quiera admitirlo, por la suma de abstenciones, votos nulos y votos en blanco; son muchos los manuales de política que así lo proclaman.

Aviven sus sentidos, retiren la naftalina y abran ventanas, que es muy sano para nuestra democracia.
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