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Los excesos de las autonomías

J. González

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
El estado autonómico, salido de la constitución de 1978, fue una especie de bendición para este país. Claro está que no fue un invento de políticos, sino una constatación de la más pura realidad. Se piensa que la Transición no sería posible sin este giro copernicano contra el más feroz centralismo que este país sufrió a lo largo del tiempo.
Las autonomías están asentadas y aceptadas con entusiasmo por la mayor parte de los españoles. Sin embargo, surgen en estos días críticas al funcionamiento de tantos gobiernos y tantos parlamentos, por aquello de la crisis en la que estamos inmersos. Las autonomías no son malas, todo lo contrario, pero hay que reconocer sus excesos, su falta de racionalidad y sus dispendios, que de todo hay en la viña del Señor. Taquigráficamente, veamos dos ejemplos: recientemente la prensa ha recogido una medida de Artur Mas que suprime el 40 por ciento del personal eventual (asesores y demás realea) de la Generalitat. Después de esta medida, al presidente catalán le quedan sólo 30 asesores; estará bien asesorado, pues. También por estas fechas se celebró el primer pleno del Senado en el que se hablaron las cuatro lenguas españolas, con traducción simultánea. Cada sesión costará 12.000 euros (350.000 al año). A aquella estupidez del pasado régimen exigiendo hablar en cristiano a todos, sucede ahora la estupidez contraria de una ‘Babel’ en el Senado, que, además, no es cámara territorial. España es variada contra la uniformidad, pero no es rica. Las autonomías, siguiendo la manera de ser española, viven a lo grande y por encima de los recursos, pero no por culpa del sistema, sino porque lo llevan en los genes. Tampoco el Estado da precisamente muestras de austeridad.
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