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PUNTO DE VISTA

Sindicalistas y huelgas

TOMÁS ALBERICH

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Ha muerto Marcelino Camacho. Una noticia triste para todos los que valoran la libertad y las luchas de los trabajadores por una sociedad más justa y, en definitiva, más democrática. Como se ha comentado, si Marcelino hubiese nacido en otro país seguramente habría recibido el Premio Nobel. Y, en concreto, el Nobel de la Paz por su actuación histórica con Comisiones Obreras, no sólo por la justicia, sino también en la transición española hacia la democracia. Porque conseguir un sistema formalmente democrático en nuestro país no fue fruto de unas pocas personas (el Rey, Suárez, Carrillo...) que se reunieron un día y lo decidieron como algunos piensan o nos quisieron hacer creer. Fue la labor y el trabajo infatigable de muchos, de organizaciones sociales y movimientos obreros reivindicativos que estuvieron a la altura de las circunstancias y lucharon, debatieron y pactaron una vía pacífica hacia la democracia. Por eso muchos pasaron largas temporadas en las cárceles franquistas, y entre ellos uno de los que sobresalieron especialmente fue Marcelino Camacho.
Radical en su defensa de la democracia y de los derechos de los que menos tienen, moderado cediendo, ‘pactista’ en lo que en ese momento (años 70) se podría hacer y conseguir. Un ejemplo de líder que siguió en la brecha con su modestia y su tozudez hasta el final. Recuerdo verle asistir a debates y concentraciones ciudadanas (por ejemplo en apoyo de insumisos de la ‘mili’) con una participación mitinera. Su constancia y vehemencia en las discusiones era agotadora. Su sencillez en el hacer e incluso en el vestir (puso de moda los jerséis tipo ‘Marcelino’ que le hacía su mujer), era y es un ejemplo a seguir. Tan diferente de muchos neosindicalistas profesionalizados, tan acostumbrados a la burocracia, a la resistencia, pero en la acción corta (los llamados culos de hierro: el que más aguanta en una reunión se hace con la mayoría) y el politiqueo barato. Sindicalistas de Armani (y no hay que irse de la Sierra del Guadarrama para ver ejemplos), liberados hace décadas y que nadie sabe a qué obreros representaron en algún momento. Son la ruina para los sindicatos y desprestigian los movimientos sociales. No es un problema de ahora, de que “hay que ser modernos” y acostumbrarse al burócrata sindical. En los años 70 (y desde mayo del 68) ya se denunciaba que la liberación sindical estaba siendo en algunos casos un refugio para determinados trabajadores que lo que querían era precisamente trabajar lo menos posible. Pesan como una losa para un sindicalismo movilizador y transformador. Y contribuyen al desprestigio que sufre el sindicalismo actual, especialmente el mayoritario, conservador y corporativo. Curiosamente, dicen que “la huelga general ha sido un éxito”, pero lo máximo que se puede señalar es que no ha sido un rotundo fracaso. Ha demostrado que el sindicalismo aún está vivo y que, con dos años de retraso y antes de entrar en la UVI, es capaz de convocar una huelga general. El movimiento sindical -para conseguir transformar la sociedad- debe tener liberados (a jornada completa), pero estos deben ser los menos posibles. Y es necesario renovarse, democratizarse y ser participativo. Ver el ejemplo de Francia, con siete huelgas generales en un año y un prestigio sindical evidente. Nos muestra también que se puede ser alternativo en valores y en ideas, frente al poder de los mercados, al dios-mercado y al “pensamiento único” que lo sustenta. Si no, su declive será evidente. Con unos sindicatos anoréxicos perderemos todos.
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