EL KIOSCO
Un panorama desolador
José Ariza
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Han querido las circunstancias que, en estos primeros días laborables después de vacaciones, mi rutina se inicie con una larga caminata desde el centro urbano hasta la periferia donde está ubicado mi puesto de trabajo. No es poca suerte porque, si algo tiene el mes de septiembre que ofrecer a los escépticos que encaran el comienzo de un nuevo ciclo laboral, es precisamente la transparencia de los amaneceres.
Recorre uno estas calles ocupadas, primero por modestos comercios y luego por naves industriales y tiendas al por mayor, y en la mayoría de ellos advierte la misma pugna: negocios cerrados, recientemente o desde hace más de un año, frente a otros que animosamente levantan el cierre a primera hora del día; naves arruinadas, habitadas por gatos, frente a otras en las que se advierten cansinos movimientos laborables. Imagino que la salud de un país se dirime en esta cuestión tan sencilla: si son más quienes encuentran motivos para el esfuerzo de quienes se ven obligados o inducidos a tirar la toalla. De esas constataciones extrae siempre uno algún motivo para un cauto optimismo, siquiera sea porque, entre quienes madrugan, siempre son los más los que trabajan que los ociosos. Decía la leyenda que, mientras hubiese media docena de justos en el mundo, Dios no desataría su ira contra el resto. Lo mismo puede decirse respecto al esfuerzo: mientras haya unas decenas de individuos que se levantan temprano para trabajar nos queda la esperanza de que nuestros males no vayan a más. Y no es que uno sea conformista, sino realista. Piensen que en estos momentos, tal como está nuestro país, un mal viento puede generar una ola de pánico financiero que acabaría extinguiendo incluso estos heróicos atisbos de laboriosidad.