EL MIRADOR
50 años de tetrabricks
A. García
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Los tetrabricks -esa palabra casi imposible de pronunciar- cumplen ahora 50 años de vida. Dicen que fue uno de esos inventos revolucionarios, tanto o más que la fregona, que nos facilitaron la vida doméstica, porque conserva mejor los productos, ahorra espacio en la nevera o en el armario y es mucho más cómodo de usar. A nosotros, en cambio, y más concretamente a mí (será por aquello de la edad), me parece un invento estúpido que nos pone a la altura de Jerry Lewis y otros cómicos cuando luchan contra los objetos.
El tetrabrick sustituyó a la botella de leche de cristal o de rosca -que eso sí que fue un invento- e introdujo un sistema de abertura que se fue sofisticando con sucesivas mejorías, todas tendentes a impedirnos la cómoda apertura del envase. Primero fue la pestaña, que había que levantar y cortar con tijeras, y después la línea de puntos, que posibilitaba teóricamente cortar con los dedos y que nos obligaba a tener siempre las tijeras al lado porque con los dedos era imposible hacerlo.
Inevitablemente, una vez abierto siempre nos saltaba el chorrito de leche, y al volcarlo lo poníamos todo perdido, pues el ingeniero diseñador no debió contemplar en ningún momento la relación dinámica entre la inclinación del tetrabrick y la velocidad de la propulsión del chorro o su elipse. En una infatigable carrera por dificultar aún más las cosas, se inventó la arandela. El método abre fácil sí que fue revolucionario y todo apunta a que fue inventado por un bromista que descubrió que cuando tiras de una arandela te quedas con ella en la mano. Pero posteriormente llegó la tapita de plástico, con laminita de papel plateado incluida, que siempre se escurría entre las yemas de los dedos, o el simple agujero para hincarle la pajita, sobre todo en los zumos. En ocasiones todo a la vez, para acorazar un envase ya de por sí envuelto en plásticos, cajas, celofanes que convierten la cotidiana tarea de hacerse un cortadito en una aventura llena de riesgos. Si a ello unimos las 2.000 variantes de productos que han ido surgiendo en torno a los tetrabricks -sojas, desnatados, semidesnatados, enteros, semienteros, con o sin leche-, que tanto mueven a la confusión, uno no puede por menos que añorar la simpatía de la botella de leche, que en su honesta transparencia no mentía sobre su contenido y se dejaba abrir sin complicación alguna.