PUNTO DE VISTA
Vamos por el mal camino
Alfredo Conde Premio Nadal y Nacional de Literatura
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Escribí, hace poco, acerca de la ilusión primera de los políticos de la transición, de la honradez de los más de ellos, no de la de los que se ufanaban de los famosos cien años de honradez, no de Felipe González, no de los socialistas del PSOE. Hablé de los políticos en general, pues la tuvieron y estuvo repartida, quiero creer que por igual, entre todas las fuerzas políticas. Desde la UCD de Íñigo Cavero y otros, por ejemplo, hasta el PP de Romay Beccaría o del propio Rajoy, pasando por el Partido Comunista de Anguita y de tantos y tantos otros políticos, también del Partido Socialista, claro, que no se enriquecieron ni montaron un GAL mediático sobre el que auparse al poder, como algún día se sabrá y sucedió algo más tarde, cuando el GAL salpicó a unos y a otros, de distinta manera, pero salpicó, sí, o qué pensaban.
Entonces ya escribí de todo ello, aunque algunos/as lo ignoren o lo hayan olvidado. Lo hice recordando los primeros tiempos, aquellos de la Junta Democrática, de la Platajunta, cuando estando reunidos aparecían dos tíos que nadie conocía y los rostros de los más se mudaban hasta que alguien advertía que no, que no se trataba de la Policía, sino de miembros del PSOE. Era así, no pocos han de recordarlo. Entonces escribí exponiendo una opinión que no satisfizo, precisamente, a aquellos con quien mejor me sentía. Si de medio millar de militantes pasaron los socialistas, en muy pocos meses, a ser casi doscientos mil, por muy optimista que fuese uno, debería suponer que el 75 por ciento era gente convencida que había permanecido oculta, un 20 por ciento de gente joven e ilusionada, pero que en el 5 por ciento restante tendrían que estar los arribistas, los mediocres sin fortuna material o espiritual. Y así también en otras fuerzas políticas, que se habrían de profesionalizar hasta dar en lo que dimos. Por eso molesta que cuando uno escribe de aquella ilusión primera, conocida de primera mano, salga alguien a enmendar la plana, con total derecho, pero con completa injusticia, con tal de arrimar el ascua a su sardina. Mal camino llevamos. Vivimos en una sociedad en la que si un escritor alaba a otro que no haya militado precisamente en la izquierda, Rafael García Serrano, por ejemplo; Luis Berenguer, por ejemplo; Eugenio Uxío Montes, por ejemplo, es un intelectual traidor y no alguien con buen gusto literario. Caminamos por la misma senda que hizo que en los libros de bachillerato se despachase a Miguel Hernández diciendo que había nacido en Orihuela y sido comunista. Es el mismo país en el que se puede decir de un escritor que escribió tal o cual libro pero a partir de entonces, siguió una trayectoria personal, política, lingüística y editorial absolutamente errática. Confieso que ese país, el grande y el pequeño, así concebidos y entendidos, no me gustan, sino que más bien me asquean. Me asquean como los que ponen todo su esfuerzo en construirlo así de retorcido. Y me importa un huevo no figurar ni en este ni en aquel sistema literario; al menos mientras sea el resultado de tal orden de cosas. Conste. Y de política y de literatura, aún se un poco, conste también.
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