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EL MIRADOR

¿Por qué y para qué?

Pedro Ingel

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
En la concentración de sindicalistas del pasado martes, vi a un veterano militante de UGT portando un altavoz que tuvo su momento de gloria en huelgas pasadas. Intuyo que este hombre y este altavoz estuvieron en la huelga general del 88. Antes incluso. Estaba emocionado, voces, consignas. Nadie le seguía pese a ser un enternecedor superviviente de la lucha obrera. Poco antes me crucé con un piquete. Al frente iba un hombre bronceado, quizá un liberado. Detrás otros trabajadores con el kit sindical, sus banderas y sus pitos. Caras de aburrimiento.
Ninguno, por su edad, parece haber vivido una huelga. Y es que del sindicalismo de entonces al de ahora media un abismo. UGT y CC OO, el pool, se han burocratizado, pero no es culpa de ellos. Jardín, coche, cocina de inducción y, si se daba la posibilidad, ‘minipelotazo’ inmobiliario con parcelita. Todos creíamos que éramos ricos y que lo seríamos siempre. Muchos sindicalistas también lo pensaron, vivieron mejor que los demás y se alejaron de los colegas. Y ha llegado lo que ha llegado, el fin de la fiesta. Y los sindicatos tienen miedo a cualquier movilización porque ya no saben movilizar, porque sólo les quedan hombres con viejos megáfonos. El martes reaccionaron de forma infantil. Dieron cifras falsas que sabían que eran falsas, seguimientos de huelga imposibles que cualquier funcionario podía rebatir en su centro de trabajo. Hablaron de la presencia de miles de personas en la concentración y no había ni la mitad. ¿Por qué, para qué? Ahora olvidemos todo. Necesitamos a los sindicatos. Y necesitamos, sobre todo, que sean creíbles. Para ello será necesario evitar estas mentiras absurdas.
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