‘CUÉNTANOS TU HISTORIA’
“Con 9 años me intentaron matar los republicanos cuando cuidaba las cabras de mi padre por La Barranca y Guarramillas”
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Dativo Sanz, ‘Dato’, en su residencia de Becerril de la Sierra (Foto: R.F.) |
Dativo Sanz es la memoria viva de Becerril y de la vida en la Sierra antes y después de la guerra civil
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
En el año 1937 Dativo tenía 9 años y se encargaba de cuidar las 150 cabras que su padre, Juan Sanz (El Tábano), tenía por la serranía, entre Navacerrada, La Barranca y La Pedriza. Gracias a este oficio, el que es uno de los más veteranos vecinos de Becerril, conoció todos los caminos de estos parajes y de las cañadas del suroeste. Pero también lo más oscuro del ser humano.
El pasado lunes acudimos a casa de Dativo Sanz, Dato, para conocer de primera mano cómo era la vida, los oficios, las costumbres y los caminos de este pueblo y sus aledaños. Sin embargo, la lúcida memoria de este octogenario nos sorprendió con otros dramáticos relatos que él narra con la naturalidad de quien ha vivido y visto casi de todo, pero que las generaciones posteriores apenas entendemos que puedan haberse producido, hasta que alguien nos lo cuenta tal y como lo vivió.
Con 82 años y la ayuda de una botella de oxígeno, este singular serrano comenzó a contar cómo era su oficio de cabrero al poco de haber comenzado la Guerra Civil española. Y pronto recordó: “A mí estuvieron a punto de matarme en el monte los republicanos, cuando tenía 9 años y cuidaba las cabras de mi padre por Guarramillas”.
El Faro.- ¿Y eso cómo fue?
Dativo Sanz.- Estaba con un compañero de mi padre cuando aparecieron dos milicianos republicanos, nos apuntaron con esos fusiles que tienen un puñal delante y nos tiraron al suelo. Uno de ellos insistía en que no le daba ningún reparo asesinar a un niño y que nos iban a matar a los dos. Pero al poco apareció otro conocido de mi padre a los lejos y empezó a gritarnos. Total, que al final decidieron dejarnos y se marcharon.
E. F.- ¿Pero esto era normal en esos años?
D. S.- Anda, claro. Y lo de venir a por gente que decían que eran fascistas y llevárselos de sus casas. Como otra vez que vinieron de noche milicianos parraos a por 10 de Becerril. Pero los milicianos de aquí se opusieron a que se los llevasen y se salvaron.
E. F.- ¿Y qué fue lo que más le impresionó de esos años de guerra?
D. S.- En otra ocasión, yendo en carro por el camino, siendo de niño, vimos que los milicianos tenían a dos mujeres y les estaban cortando los pechos. Cuando volvimos a pasar otro día había trozos de los cuerpos por al lado del camino. Ya habían estado ahí los animales...
De las cabras a la piedra
Finalmente la guerra terminó y la vida fue volviendo poco a poco a la normalidad. Pero sus horrores, aunque se fueron apagando en la memoria, nunca se borraron del todo. De hecho, al cabo de los años, trabajando de joven en una obra en Los Peñascales, Dativo coincidió con un hombre mayor que él, que presumía de haber terminado con algunos paisanos de la Sierra durante la guerra. Uno de ellos fue el compañero de su padre. Dativo, que presume de haber sido un hombre tranquilo, entonces no pudo evitar golpear a “aquel asesino”.
El negocio de las cabras fue el sustento de su familia durante cerca de 14 años. En este tiempo, conoció prácticamente todos los rincones de esta parte de la Sierra, con sus picos, caminos y arroyos. De hecho, asegura que ha visto las rodaduras de los carros de bueyes que bajaban el hielo de los neveros, desde la parte alta de La Barranca. Y afirma que este camino, que no tiene salida hacia Segovia, tuvo que ser construido para acceder a estos neveros, explotados muy rentablemente hasta finales del siglo XIX y mantenidos para bajar la madera en años posteriores.
Los caminos y puentes que hoy día se han tenido que proteger ‘in extremis’ con leyes como la de Vías Pecuarias o de Bien de Interés Cultural, eran en su época las grandes vías de comunicación por las que llevaban el ganado, en su caso caprino, a latitudes más benignas. Cuando arreciaban los fríos y las nevadas, Dativo y su familia se marchaban con los animales seis meses a tierras de Chapinería, en el suroeste de la región.
Una migración cercana a los 60 kilómetros que, según recuerda, hacían “en una única jornada de sol”(en octubre). Bajaban a Collado Villalba, de ahí tomaban la Cañada Real en el puente del Herreño y seguían por el gran camino que hoy está sumergido bajo las aguas de Valmayor. Se acercaban a Peralejo y de ahí hasta Colmenar del Arroyo y Chapinería.
Pero antes de esta trashumancia, las hembras subían al monte para ser cubiertas por los machos. Y tras cinco meses, ya de vuelta a las laderas de Mataelpino, parían los cabritos y empezaban a producir la leche (hasta 120 litros diarios) que vendían a las lecherías de Madrid.
62 cabras muertas por los lobos
En aquellos años de posguerra, el hombre todavía no había extinguido al lobo, y su presencia era habitual entre los rebaños de la Sierra. Dativo recuerda que en 1940 “los lobos nos mataron 62 cabras en el descansadero de Pradera Guerrero, entre Becerril y Mataelpino, donde ahora hay una residencia de la Ciudad de los Muchachos”. Con los años, el negocio de la leche de cabra fue perdiendo peso ante la de vaca y su padre tuvo que vender el rebaño. Sin embargo, el destino quiso que esta agraciada zona de Madrid se convirtiera en refugio y descanso de personalidades y familias adineradas de la capital. Con ello se empezó a desarrollar una industria que llegaría hasta nuestros días. El urbanismo, con unos desarrollos muy distintos a los actuales, empezó a poblar los alrededores de Navacerrada de hotelitos, como llaman a estas grandes casas señoriales. Y Dativo se especializó entonces en la piedra, otro de los grandes usos tradicionales de esta comarca. Se hizo mampostero y no paró de cubrir de piedra vallados y fachadas de docenas de casas, hasta que su reloj biológico le hizo parar. Pero ya había sacado adelante una casa, una mujer y dos hijos, que ya le han dado nietos.