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El éxtasis de los ‘dioses’

Antonio García Muñoz

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Extasis y apoteosis. Son dos términos que encontré la semana pasada en la prensa, el mismo día, para definir sendas noticias, el recibimiento al futbolista millonario y la faena del torero en la Monumental.
Los dos tienen que ver con Dios. Desglosemos. Éxtasis es una cosa que les pasaba a los místicos cuando a fuerza de áscesis y sacrificios tenían acceso a la contemplación de la divinidad. A ese sentimiento inefable de gozo lo llamaban éxtasis y debía ser como un corrimiento de tierras interiores, una experiencia que los profanos, si queremos entender, tenemos que comparar al orgasmo, a falta de imagen más gratificante.

Ronaldo tiene algunos atributos de la divinidad, esa blancura de la camiseta y la facultad de hacer milagros (con la pelota), además de un cuerpo perfecto. Le falla, si acaso, el don de lenguas, pues es abrir la boca y soltar bobadas, pero ya sabemos que los dioses suelen comunicarse por señales o por medio de un intérprete, en este caso Florentino Pérez, que dijo que el muchacho está contento.

Los 75.000 individuos que lo esperaban ya habían cumplido los requisitos del sacrificio -por la crisis- y la mortificación de la carne -horas expuestos al sol madrileño-, de modo que el éxtasis les llegó fulminante, una corrida colectiva, si bien faltó el talento de una Santa Teresa para describirla, reducido al “esto es muy fuerte” de Alfredo di Stefano. A la salida, todos llevaban, como estigmas, pegatinas del Real Madrid.

Lo de José Tomás en la Monumental de Barcelona también fue divino y no lo digo como licencia pija sino porque, etimológicamente, apoteosis significa endiosamiento, que es la palabra exacta para describir lo que pasa con este hombre, que de torero para sibaritas de la fiesta se ha convertido en ídolo de masas, incluidos los que van a la plaza por ver si les toca un famoso al lado, como Sabina, que está en todas.

José Tomás viene a representar, en este improvisado catálogo de dioses, al dios carnicero del viejo testamento, muy alejado del dios benevolente renacentista que compone Ronaldo. El Jehová bíblico exigía sacrificios, pero el diestro imperturbable va un paso más lejos y se los oficia él mismo, en ostentosas hecatombes de seis reses seis. José Tomás empieza la faena impoluto de luces y la termina hecho un adán de sangre, un matarife de zapatillas voladas y medias con carreras, más cuajarón en el moflete. La torería del maestro ha dado lugar a dos escuelas teológicas enfrentadas, la de quienes piensan que es un valiente y los que lo rebajan a temerario. Al público que hace bulto, y que en el fondo es un poco ateo y nietzscheano, eso le da igual y están muchos a la expectativa del revolcón que se ha hecho ritual dentro del ritual y se exige con el precio de la entrada, a 1.500 euros en reventa.

Terminado el espectáculo, al matador le dieron unas cuantas orejas por darle algo, y lo sacaron en andas, como a un dios, por la puerta grande, mientras los últimos areneros borraban las huelas del holocausto.
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