El mirador
En el límite
de la frontera
Víctor Corcoba
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Hace tiempo que la línea roja nos da de plano en el corazón. La mezcla de intereses políticos, nada democráticos, impide que el diálogo tome razón de vida. Situarse en el límite de la frontera, jugar a medias verdades, entre el decir de hoy y el desdecir de mañana, no es serio ni otorga confianza alguna para hacer política de Estado. Si todos queremos la paz, escuchémonos y hagamos puesta en común.
Lo importante no es escuchar a los que han generado el terror, sino a los martirizados por el terrorismo. Cada uno tiene su propia voz y todas las voces debieran considerarse. Todas valen lo mismo. Nadie se puede alzar con sus representación. Hacer partidismo resulta de lo más bochornoso. Lo cierto es que la inmensa mayoría de víctimas coinciden en que, para creerse el alto el fuego declarado por ETA, la banda debe entregar las armas y en que la ley debe cumplirse estrictamente, premisas ambas que han de darse antes de realizar diálogo alguno.
El punto de partida es bien claro, mandar las armas al destierro y que la ley cumpla con su palabra de ley. Esto ya, por sí mismo, sería comenzar a hablar de un lenguaje de paz. De lo contrario, a mi juicio, lo ilegítimo queda fuera de la legitimidad y, por ende, de la participación política y de todo diálogo posible, puesto que las reglas de juego exigen respeto a la constitución, marco jurídico ineludible de referencia para poder entendernos y convivir. Claro que nos gustaría ver gestos de paz y menos avisos amenazadores y altaneros. Por supuesto que sí. Pero la paz no tiene precio, por su razón de ser ya es clemente. Ahora bien, que un diario abertzale como Gara nos sorprenda con una viñeta en la que se entrelaza una rosa con la serpiente de la banda terrorista ETA, nos deja como a la flor, perplejos, sin esperanza ni aliento.
A pesar de tantos pesares, entiendo que debemos seguir apostando por la paz, pero de manera paciente, sin provocaciones. Oír a las víctimas es fundamental. Sólo ellas, con sus propias miradas, nos pueden poner en el camino de la reflexión, dando las treguas necesarias para generar un clima de sosiego. La reconciliación requiere sus tiempos, para no caer en una paz saturada de espíritu de venganza. A un valor, sin fronteras ni frentes como es la paz, que comienza en el interior de las personas hay que darle, todos a una, su oxígeno y también sus pausas. Sí a la cultura del diálogo, pero desde el respeto y la estima. Con el terror, al fin y al cabo, perdemos todos.
Estoy de acuerdo en que han de encontrarse vías para dialogar. Pero, ¡ojo!, sin condiciones ni condicionantes. A corazón abierto, luego ya llegará la mano tendida. Si ha de mirarse a algún sitio, insisto, que sea primero a los ojos de los torturados.