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El mirador

Terrorismo de distinto signo

A. Rubial

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Estos días pasados dos mujeres han sido golpeadas brutalmente por la violencia, por el terrorismo, de diferente signo, pero terrorismo al fin y al cabo; una ha muerto a manos de su ex pareja, y a la otra le han matado a su marido los asesinos de ETA; una vivía en Andalucía y la otra en el País Vasco, ambas brutalmente maltratadas o dejando viudas y huérfanos.
La andaluza, Josefa Morente, murió en un incendio provocado en su vivienda, cuando dormía con sus cuatro hijos, uno de ellos, una niña de 20 meses. El infierno en el que ha vivido esta mujer, familia, vecinos y cuantos la conocían es difícilmente narrable, por lo menos supera mis capacidades. Algo más tenemos que hacer todos para evitar que estas cosas ocurran casi diariamente (en Madrid ha muerto otra mujer al día siguiente a manos también de ‘su’ asesino). Hemos dicho muchas veces que frente a este terrorismo la tolerancia también debe ser cero... y no podemos consentir que nadie -y menos que nadie, jueces, abogados y profesionales varios- cuestione la ley contra la violencia de género porque, dicen, ‘discrimina’ a los hombres, o porque las mujeres la utilizan para no se sabe qué fines espúreos. La ley no sólo es necesaria, sino que hay que hacerla cumplir más eficazmente para que no se mueran las mujeres.

La otra mujer es la viuda del inspector de la Policía Nacional asesinado por ETA, Francisca Hernández, cuya imagen y palabras el día de la multitudinaria manifestación de repulsa a ETA, con sus hijos, uno a cada lado, y la bandera de España, que había cubierto el féretro de su marido, doblada en el brazo, es lo más impresionante que he oído nunca, y tampoco soy capaz de explicarlo; si no lo han visto, háganlo: es una hermosa lección de amor por una persona, su marido, por su trabajo de policía, por su tierra, por España, por la dignidad, por la libertad... por todo lo mejor del ser humano: “Lo único que han conseguido es dejar dos huérfanos y una viuda. No van a conseguir nada más, porque, gracias a Dios, hay mucha gente como mi marido, mucha, y no van a poder con ellos. Ni a mí, ni a mis hijos, me van a ver llorar. Lloraré en casa, porque aquí no, no les voy a dar ese gusto”, dijo como lo que es, una auténtica heroína, aunque sin pretenderlo.

En las casas todos lloramos contigo, pero fuera también nos pondremos en pie contra esos asesinos, sin distinciones.
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