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El Kiosco

Brotes verdes en un horizonte incierto

Antonio Mancheño

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La comparecencia de Elena Salgado ante los medios de comunicación ha sido un ejercicio de florida efervescencia y una puesta en escena de sus recursos diplomáticos. A la vicepresidente segunda del Gobierno y responsable de la cartera económica del país, en horas bajas, tensas y desaceleradas, se le ha ocurrido asirse a una metáfora vegetal, campestre y enjundiosa.
En ese plan trazado para el estímulo y reactivación de los sectores productivos en decadencia, ella observa un renacer del horizontes y, asimismo, se atreve a visionar “brotes verdes” en esa situación paupérrima, donde el Banco de España sólo ve nubarrones, el Premio Nobel de Economía, confusionismo, y el significativo dignatario español de la Unión Europea Joaquín Almunia, un batacazo de mil pares de huevos y otros miles de parches camelísticos, con que ir dando carrete al personal, mientras las colas del Inem se convierten en serpientes marinas y el déficit estatal supera el Everest de sus cifras históricas.

Todo parece conducir a O’Neill en su monólogo testamentario: “Dicen que existe la paz entre los campos verdes del Edén. Hay que morirse para comprobarlo”. Sentencia pertrechada de un cierto halo de melancolía que centra el dilema bucólico en esa máquina de roturar el desempleo y hacer que las raíces se pudran y endurezcan con herrumbre de su calma.

Aquel sumiso cuento de nuestra “fortaleza financiera” ante los poderosos dioses del dinero y su espectacular caída se ha movido en los bastidores bancarios donde aparentemente España era una isla, ajena a Wall Street, piratería mundial de los mercados y cambios de divisas.

Nos importaban un bledo aquellas hipotecas basuras y sus irrigaciones en Europa . Se nos decía y repetía que eran los agoreros, los quintacolumnistas del Gobierno, los que combaten en las trincheras de la demagogia, quienes hacían furtivismo con el Estado del Bienestar. Y sucedió lo que tenía que suceder. Nos mintieron y, encima, difamaron.

Cuando ese cordobés, enjuto y luminoso, Antonio Gala, describió en su libreto la misión del “terruño” como liberación de la angustia vital de nuestro tiempo, lo que hizo fue retomar los valores de aquellos “verdes campos de un Edén que pastorean en la humildad, la humildad y la libertad y el amor posesivo a cuantos le rodea, como expresión inédita de una inocencia que el tiempo ha mancillado”.

No podemos seguir por las sendas umbrías de un Gobierno que está a la desesperada y que, en su descomunal euforia, no supo atesorar el grano, ni encuentra otro reclamo que el tópico silvestre de unos brotes de cuyo nacimiento nada saben las gentes del sudor y la azada y aún menos, miss flowers, la agreste majestad del olmo en primavera.
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