El mirador
La ambición
de Aznar
Joaquín Pérez
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Las fotos de familia apresuradas siempre corren el riesgo de la ausencia. Ocurría al principio de El Padrino, cuando Vito se negaba una y otra vez a que el fotógrafo sacara la fotografía de familia porque todavía no había llegado Michael, que era el hijo pródigo de Europa, ya reconvertido en joven héroe por sus valientes acciones en la Segunda Guerra Mundial. Pero Michael llegó a tiempo a la boda de Connie, y se puso en un extremo de la foto, y hasta tiró de Kay, que era su novia entonces.
Cualquier parecido entre esa fotografía, al principio de la saga, y todo lo que quedaba por llegar sería pura coincidencia.
A la fotografía de familia del primer Gobierno de José María Aznar le ha pasado por encima la devastación, la vida en esos grandes caracteres que no puede negar no tanto las ausencias como la ausencia real de una legitimación para sus fracasos más rotundos. Ahora anda Aznar postulándose para volver a la cúpula del Partido Popular, tal y como ha hecho en los últimos años, porque siempre ha sentido que la Historia no fue justa con él, porque le ha pisoteado sin misericordia hasta la transparencia del bigote invisible: de hecho, la mayor diferencia precisamente entre la foto de entonces y esta nueva de ahora es esencialmente ese bigote, porque hasta la melena leonada de Isabel Tocino sigue igual de voluminosa, y su expresión es la de una heroína de cine negro en horas bajas, algo así como una Verónica Lake con pretensiones intelectuales. Todos andan un poco envejecidos, hasta Rajoy, pero es Aznar el único que se ha mantenido en forma o que está más en forma que hace 13 años, con el pelo crecido como una resistencia física, como borrado está el bigote de su perfil helado y cerebral.
Aznar sigue mandando en el PP, pero esto ya lo sabíamos. Rajoy es una especie de Fredo sin malicia que aún no ha traicionado abiertamente a su padrino, aunque está en ello, y quizá con el tiempo vuelva a la lectura de Gimferrer en catalán, como hacía el otro. Pero Aznar quiere volver. Lo necesita. Se retiró en su ebullición, cuando pensaba que iba a durar siempre su estela prestigiosa por la contabilidad de todos. Sin embargo, también cualquier contable es ambicioso, y Aznar seguro que siente que la catástrofe de Irak, que fue una fidelidad suya y sangrante al presidente de EE UU menos capaz intelectualmente que pueda recordarse le ha privado al fin de un vigor histórico de peso. A pesar de su afán, históricamente tendrá lo que se merece: va en el mismo saco absurdo de George Bush.