El Monasterio: leyendas, mitos y misterios en ‘La boca del infierno’
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
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Uno de los patios interiores del Monasterio de El Escorial. El escritor Juan Ignacio Cuesta Millán publica un libro sobre las claves ocultas de la llamada octava maravilla del mundo. |
Desde el inicio de su construcción, en 1563, el Monasterio de San Lorenzo ha estado rodeado de un inevitable halo de misterio. Leyendas y mitos que han acompañado a la historia de este monumento, salpicándola de esoterismo y ciencias ocultas. El conocido escritor y periodista Juan Ignacio Cuesta Millán ha sido el último en acercarse a esta otra realidad de la llamada octava maravilla del mundo con la publicación de La boca del infierno. Claves ocultas de El Escorial (Aguilar).
Las fuerzas del averno
Quizá lo primero que llame la atención del Monasterio es su emplazamiento, en un lugar abrupto, a 50 kilómetros de Madrid, con cierta mala fama y donde hasta la llegada de Felipe II y su corte no había más que un pequeño poblado minero, al parecer azotado en su momento por la peste negra y el paludismo. Un lugar, que según explica Cuesta Millán, era conocido como La boca del infierno. “Una de las leyendas que más llamó la atención al monarca es la presencia en este valle de unas galerías, unas minas de hierro, por lo que se decía que desde ahí se accedía al infierno, y quizá en su ánimo pesó la intención de tapar esa boca del infierno para que las fuerzas del averno no salieran hacia fuera”, explicaba el escritor el pasado domingo en el programa de televisión Cuarto Milenio. En este sentido, Cuesta mantiene que la idea de Felipe II era concentrar todas las fuerzas del bien para hacer frente a las del mal. “Convocó una reunión de expertos, formada por médicos, astrólogos, arquitectos, ingenieros y zahoríes; éstos últimos tenían como misión encontrar las fuerzas telúricas”. En esa búsqueda, algunos sabios mostraron una rotunda oposición a la elección de El Escorial, pero finalmente el Monasterio se construyó aquí, primero bajo las órdenes de Juan Bautista de Toledo, y a su muerte, en 1567, del cántabro Juan de Herrera, de quien se dice que tuvo cierta vinculación con las ciencias ocultas. Más allá de posibles misterios, lo que sí hizo fue imponer una nueva técnica de trabajo, agilizando las obras, que terminaron el 13 de septiembre de 1584, después de 21 años, un tiempo récord para la época.
El templo de Salomón
Al margen de la mano, los planos y trazados de los arquitectos, Felipe II controló el proyecto en primera persona, en una doble vertiente de Rex - Sacerdos (rey y monje) que le llevó a defender por encima de todo los dogmas del catolicismo. Temeroso de la muerte y cristiano devoto, dejó escrito que deberían ofrecerse hasta 60.000 misas por su alma, y su austera habitación, se diría que impropia del que fue el hombre más poderoso del planeta, comunicaba directamente con el altar mayor. En este sentido, numerosos historiadores ven en la figura de Felipe II y la obra del Monasterio un trasunto del Rey Salomón y su templo de Jerusalén. De hecho, siguiendo el consejo del bibliotecario Benito Arias Montano, recordó a los reyes de Judá con las estatuas que presiden la entrada a la basílica, situando en el centro a David y Salomón. Las coincidencias empiezan en el uso, ya que no se quedó en palacio, sino también es convento e iglesia. Es decir, casa del rey, de los sacerdotes y de Dios. En cuanto a la arquitectura, emplea como base las figuras del triángulo, el cuadrado y el círculo. “Estas formas se combinaban mediante la proporción sagrada, la proporción áurea, algo que ya se conocía desde los tiempos de los griegos, el número 1,618, que hace que los edificios sean armónicos”, señala Juan Ignacio Cuesta Millán. Una proporción en la que se combinan aspectos divinos y matemáticos y que en el interior del Monasterio resulta especialmente llamativa en la parte destinada al convento, la que más semejanza guardaría con el templo de Salomón, con cuatro patios en la parte delantera, situando en el centro el de los Evangelistas.
En este recorrido, tampoco podemos olvidar la relación con los alquimistas, buscando medicamentos secretos y, especialmente, el oro líquido. Y entramos así en el terreno de las leyendas, que quizá tengan su episodio más popular en la del perro negro. Historia que recuerda en su libro Juan Ignacio Cuesta y que el agustino Carlos Vicuña ya dejó escrita en 1975 en sus Anécdotas de El Escorial.
La leyenda del perro negro
Desde hacía tiempo, algunos obreros y frailes comentaban que entre los andamios aparecía todas las noches un enorme perro negro, que lanzaba angustiosos aullidos, arrastrando una cadena de hierro; aviso de Dios por los despilfarros en el Monasterio o imagen del mismo demonio, había interpretaciones para todos los gustos, hasta que el 25 de agosto de 1577 los aullidos se hicieron más fuertes. El padre Villacastín, acompañado por otro religioso, encontró a un perro, que al parecer pertenecía a un consejero del Rey. El animal, que se había perdido en las laberínticas galerías del Monasterio, fue ahorcado. Hasta aquí, la historia; la leyenda dice que Felipe II siguió escuchando al perro negro, especialmente en los peores momentos de su vida, e incluso en el propio lecho de muerte. En todo caso, la aparición de este supuesto terror de forma animal vino a coincidir en el año con otros desgraciados sucesos: el motín de los canteros vizcaínos, la ejecución de un hombre que fue quemado vivo en El Escorial por haber cometido un delito de pederastia, y el primer incendio del Monasterio, el 21 de julio de 1577, fecha que algunos “agoreros coetáneos”, como los denomina el padre Vicuña, consideraban fatídica, por la acumulación de sietes. Las leyendas nos llevarían también al lugar conocido como la Pisada del Diablo, donde dicen que el demonio tentó a una joven ermitaña; al supuesto tesoro de El Escorial, que estaría en el lugar al que miran los ojos de la estatua de San Lorenzo situada en la fachada principal; y sobre todo al ladrillo de oro, que no es tal, sino una urna cubierta por una lámina de bronce dorado situada en una de las cúpulas; en un principio se pensó que contenía las reliquias de Santa Bárbara, que finalmente están en la gran bola de bronce que remata dicha aguja.
Más de 7.000 reliquias
Y enlazamos así de nuevo con esa profunda y hasta enfermiza fe de Felipe II, auténtico coleccionista de reliquias (más de 7.000 alberga el Monasterio), destacando entre todas la de la sagrada forma, que llegó a El Escorial desde Holanda, después de que un soldado, en el asalto a la catedral de Gorkum, la pisotease, haciendo tres agujeros de los que cuenta la historia que empezó a salir sangre. Hoy, más de cuatro siglos después, se conserva en la Sacristía, tras un óleo de Claudio Coello, siendo expuesta al público dos veces al año.