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La tumba de Franco

Bernardo Díaz

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Los esqueletos maniatados con alambres, son la expresión de la barbarie de la Guerra Civil. A este lado de la muerte no hay una demanda de beatificación colectiva; simplemente se trata de rescatarlos de la fosa común de la impunidad. Pero hasta eso parece irritar a las conciencias selectivas, aquellas que desarrollan sus sentimientos de humanidad según los casos.
El pacto de silencio de la Transición era necesario, se dijo entonces, para cerrar las heridas de una contienda que mantuvo a los vencedores 40 años en el poder, pero también fue una prolongación del silencio histórico de los vencidos. Había generales que, de otro modo, hubiesen tenido que sentarse en el banquillo; y ex ministros, guardia civiles,policías... Aquel silencio sirvió para ir enterrando el franquismo, para que naciese un Ejército constitucional y los pájaros negros de la madrugada levantaran el vuelo.

El silencio condujo, no obstante, al blanqueo de la memoria, al abandono de la pedagogía de la historia, al olvido de los muertos. ¿Qué es lo que, de pronto, ha removido el recuerdo? La derecha señala al presidente José Luis Rodríguez Zapatero. El centro izquierda encuentra la causa en la pasada crispación, cuando planteamientos propios de otra época -españoles buenos, españoles malos- volvieron a la escena, con el bajo palio de José María Aznar, que recuperó cierto aroma del incienso apagado tras la muerte del general.

Pero la memoria no se rescata con desentierros y entierros. En bibliotecas y hemerotecas están los testimonios indelebles del odio. Produce congoja leer a los teóricos de la “cruzada” y comprobar los argumentos con los que se justificó la limpieza ideológica. Si se repasan -desde luego, no es una buena recomendación- los escritos de Castro Albarán, magistral de la catedral de Salamanca, uno más entre tantos autores despiadados, se advertirá que hoy no resistirían su lectura en una iglesia, en una escuela, en una calle.

La libertad es el mejor cementerio para la memoria. La polarización política resulta en parte un estertor no tan remoto de la pasada dictadura, que ahuyenta a los jóvenes de la vida pública.

El día que ya no quede gente civilizada que se moleste con las exhumaciones de la Historia y se abandonen las parciales beatificaciones de un mismo pueblo, se habrá dado el paso definitivo en la reconciliación nacional. Y, si esto no sucede, los renuentes de todo tipo serán sepultados en la simbólica fosa común de Francisco Franco, cuando haya pasado un siglo de la Guerra Civil y aquél lleve más de 60 años en Cuelgamuros.
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