www.elfarodelguadarrama.com

El paréntesis

Mantis depredadoras

Ángeles Cáceres

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Primero llegó una en plan avanzadilla, se instaló en el terreno a conquistar, tomó contacto con el hábitat elegido y fue dejando caer chorritos de secrecciones específicas para marcar los lindes; después avisó al resto del rebaño para que acudiesen junto a ella y conforme fueron llegando se aplicaron con diligencia suma en la formación de compactos subgrupos, intercomunicados entre sí para reforzar la emisión de sus mensajes de llamada.
Nos referimos a esas grúas empleadas en la construcción para levantar edificos que, aunque a primera vista puedan parecer gráciles y hasta esbeltos, sus líneas estirilizadas no pasan de estudiado camuflaje tan eficaz como perfecto, dado que tras él quedan arteramente velados los vientres insaciables de que están dotadas para poder cumplir los implacables mandatos de su naturaleza depredadora. Parientes lejanos del insecto comúnmente conocido como “mantis religiosa”, pero infinitamente superiores en tamaño y resistencia merced a una sabia mutación genética orientada a sustituir células vivas por hierro, las “mantis ladrillosas” empezaron a invadir nuestra comarca hace décadas, aunque al principio sus ataques fueron lo suficientemente espaciados como para que nadie estimase necesario establecer medidas especiales para protegerse de un, entonces, impensable aumento de su agresividad y virulencia.

Semejante imprevisión, contemplada ahora desde la perspectiva de la actualidad puede antojarse, más que arriesgada, suicida. Pero al hombre, lamentablemente, no le ha sido otorgado el don de poder cambiar el curso pasado de la Historia; lo único que está más o menos en su mano es intentar no repetirla. Pero por lo común no aprovecha esa posibilidad. De manera que, a fuerza de no aprender de sus propios errores, se le ha ido atrofiando por falta de uso la capacidad de percepción de las realidades más obvias, lo que viene a explicar que se haya adaptado a convivir con las “mantis ladrillosas”, sin atrincherarse contra ellas ni instrumentar defensas que le ayuden a evitar ser devorado, pese a estar al corriente de su peligrosidad.

Porque parece imprescindible recordar, para mayor aviso de propios y extraños, las perversas características, peculiaridades y costumbres de estos peligrosísimos insectos con los cuales desde hace tanto tiempo nos vemos forzados a compartir hábitat. No conviene olvidar que su apetito voraz no conoce mesura, ni contención, ni tiento, por lo que “la ladrillosa” está obligada e engullir sin tregua ni respiro, so pena de desfallecer hasta la muerte en el momento que deje de hacerlo, ya que alimentarse es su única función y, por ende, su única razón de existir. Su estómago, en consecuencia, ha sido dotado de potentes jugos gástricos capaces de triturar hasta su desaparición en un abrir y cerrar de ojos cualquier cosa viva, muerta, agonizante o fósil que acierte a caer en él; por lo que desintegra con la misma facilidad montañas, playas, flores, arroyuelos, avenidas, árboles centenarios, nidos de pájaros o viviendas. Para su nutrición, “la ladrillosa” jamás se para en barras, de lo que se deduce que lo mismo le da zamparse un edificio protegido que un barrio tradicional, un político, un arquitecto o una dulce ancianita. “La ladrillosa” abre sus fauces, mastica, deglute, eructa y vuelve a empezar. Pero quizá lo más pavoroso de todo es que, como su pariente “la religiosa”, esta mantis atrae siempre a sus víctimas con falsos señuelos de amor, feromonas compuestas de un aroma violento e irresistible mezcla de cemento, yeso, papel moneda, coches de gama alta, yates deportivos, hoteles de cinco estrellas, céspedes recortados y sobado de hembra caribeña tumbada en pelotas al sol. Y hasta la fecha, que se sepa, nadie ha sido capaz de resistirse a sus efluvios: hay amores que matan.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios