Opinión

Una Carta Magna envejecida

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Un filósofo renombrado como Unamuno ya dijo que “el progreso consiste en renovarse”. La verdad es que después de 30 años de vigencia de la Carta Magna, pienso que está envejecida, que tampoco es benéfica la inmovilización o el estancamiento para nada ni para nadie, por lo que me sumo a los ciudadanos que ven con buenos ojos que ha llegado el momento de introducir reformas. Son más que necesarias, imprescindibles. No se pueden alargar por más tiempo. Quizás esta nueva legislatura sea el momento, ha de serlo, porque la realidad actual es muy diferente a la de 1978. Bien es verdad que, ante un panorama cambiante y complejo como el actual, los cambios han de ser muy consensuados y sin rupturas.

No hay que tener miedo a reformas consensuadas. Todo lo contrario: si se hacen bien, fortalecen las relaciones. En realidad, si hay algo a lo que debamos temer son a las riadas ciudadanas que están cerradas al cambio, que inyectan en la sociedad el miedo a la innovación. Creo que tenemos agotada la Carta Magna, cuando menos anticuada y senil, porque los que han de darle oxígeno perpetúan la pasividad. Sirva como ejemplo este contrasentido. Por una parte se avivan planes estratégicos de igualdad de oportunidades que persiguen o se inspiran en dos principios justos, de no discriminación e igualdad y, por otra, todavía actualmente el orden de sucesión a la Corona permanece inamovible constitucionalmente, sin haberlo adaptado al principio de no discriminación de la mujer que, aunque con carácter general lo consagra la propia Carta Magna, lo cierto es que no lo considera en el articulado de sucesión al trono, siendo preferido siempre -se dice- el varón a la mujer.

Quizás, también, habría que explicitar más en esa renacida y rejuvenecida Carta Magna, que yo deseo vivamente se produzca en la próxima legislatura, los derechos sociales de la igualdad de género, aquellos que van más allá de la equiparación de lo femenino con los masculino, afianzar además con convicción que el género humano, en su conjunto o complementariedad si se quiere, puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, como si fuese un Dios caprichoso y arrogante, sino que le corresponde además establecer un orden más poético que político, más social que económico, o sea que esté más al servicio del ser humano como tal y permita a cada uno y a cada familia, o a cada entidad grupal, afirmar y cultivar su propia dignidad con las libertades innatas que nos hemos ganado a pulso. De lo contrario, seguiremos sedientos de una vida plena y de una vida libre, por mucho Estado social y democrático que nos hagan beber. O que las Naciones Unidas repartan octavillas de que una sociedad sostenible es la que tiene en cuenta las necesidades de los seres humanos y su calidad de vida. La realidad salta a la vista, y el mundo de la España constitucional, o sea del mundo moderno, tiene los mismos síntomas de poder y de debilidad, puede llevar a término lo mejor o lo peor, puesto que tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre la injusta desigualdad o la justa solidaridad, entre el progreso o el retroceso, entre la concordia o el odio.

La oposición no puede tomar la denegación total por principio. Y el gobierno en el poder tampoco puede engolosinarse de altanería y predisponer la divergencia en vez de la confluencia. Los políticos debieran saber que si no se estimula el consenso, se pierden los signos demócratas, el significado de la democracia y se compromete el futuro estable. Por ello, la legislatura 2008 - 2012 ha de espigar el consenso sin más dilación, sobre todo para que cuestiones claves de Estado, como lo es actualizar una Carta Magna que ha envejecido sin modernizarla. Es deber político y deber ciudadano el exigirlo.