PUNTO DE VISTA
Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El tiro de ETA es una guerra psicológica enquistada contra la libertad de un país demócrata. La llama del odio, mecha del tiro de ETA, gasolina contra la vida humana. Por ello, hay que ir más allá de la condena a ese disparo que ciega existencias y, entre todos, buscar una luz de agua que apague el incendiario terror de unos criminales que juegan con la vida que nos le pertenece. Hay que abrir un auténtico cortafuego, por una vez por todas, en la piel de toro, para que a los tiradores se les apague la chispa con la brisa democrática.
La endemoniada ETA sigue en sus trece de matar y destruir vidas y bienes, con el tiro siempre apunto como hacha de guerra, gravando a fuego miedos y amenazas en una sociedad que ha tomado como suyos, en libertad, valores ejemplares de justicia, igualdad y aceptación de la pluralidad. Es lamentable, pues, las acciones de quienes aprietan el gatillo a sangre fría o caliente, lo hacen contra la misma sociedad, contra todos. No se puede imponer criterio alguno por la fuerza del tiro en la nuca, a costa del atropello del fundamental derecho humano, el que a uno le dejen vivir. Festejamos cuando se abolió la pena de muerte en nuestro país, y también nos gustaría celebrar la abolición del tiro de ETA.
Jamás el perverso tiro de ETA podrá justificarse ideológicamente en un pueblo soberano, donde la misma creación de partidos y su misma actividad son libres. El tiro de ETA es, en toda regla, un disparo contra la libertad social de un país, una detonación a los derechos humanos, una descarga que amedrenta el derecho a la vida y la integridad física y moral de las personas. El tiro de ETA humilla, arremete y agrede a lo más hondo de la dignidad humana. Esto nos obliga a cultivar la indisoluble unidad contra el terrorismo, a expresar responsablemente el rechazo al pistoletazo de ETA y a condenar sus hazañas, así como cualquier forma de colaboración con quienes ejercitan o justifican, estos viles fogonazos contra un Estado social y democrático de Derecho.
Al tiro de ETA hay que enjuiciarlo moralmente como terrorismo puro y duro. Sin miramiento alguno. En absoluto me parece moral, a balazo vivo, propugnar independencia y, aún peor, levantar un nuevo estado, dentro de otro estado legítimo, respaldado por una Carta Magna que es todo un signo y símbolo de conveniencia en pluralidad. Tratar de imponer a toda costa voluntades independentistas, con el terror como lenguaje, es algo inaceptable por principio, puesto que ninguna nación, ni estado, debe estar por encima de los derechos elementales de los seres humanos.
Los derechos de las personas, insisto, son antes que nada y que nadie. Pretender, como pretende el tiro de ETA, alterar el ordenamiento jurídico, plasmado en la ley de leyes, a juego con sus intereses de poder, aparte de ser inadmisible, es una locura, propia de quienes aprietan gatillos contra diestro y siniestro. Es necesario estar juntos para que la paz espigue y los pistoleros se avergüencen, respetar todos a todos y tener claro lo de amparar el bien común de una sociedad pluri-lingüística, pluri-cultural, pluri-centenaria, pluri-integradora de nacionalidades y regiones.
ETA y su tiro, mejor por la culata.