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Robinho se convierte en el mejor jugador del Madrid

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Entre los preparadores del Madrid circula un estudio sobre la actividad cerebral

Ciertos científicos colocaron electrodos en el cuero cabelludo de individuos infiltrados como polizones en actos sociales que les eran completamente ajenos. Simultáneamente, conectaron electrodos a los cerebros de los concurrentes que sí habían sido invitados a las mismas fiestas. La actividad eléctrica cerebral de los extraños superó en muchos hercios a la de los integrados. La necesidad de aprender códigos nuevos disparó sus ondas electromagnéticas, síntoma de un desgaste mental y físico que en condiciones prolongadas puede causar enfermedades. En el Madrid analizan el estudio en la medida en que el extraño es análogo a cualquier fichaje nuevo. Todos los recién contratados están expuestos a un desgaste físico invisible, mayor cuanto mayor es la diferencia cultural. Robinho de Souza, que llegó a España con 22 años y sufrió diversas agresiones psicológicas, lo sabe bien.

El tercer gol del Madrid, el sábado en Huelva, es un reflejo de su superación. Corría el minuto 90. Gago le devolvió una pared demasiado atrás, estiró la pierna, atrapó el balón con el talón derecho, se lo acomodó sin alterar su carrera y, en plena efervescencia, en la culminación de un partido que fue como la guerra brava, puso el broche a la velada. Pisó el área y con un toque elegante emboquilló el balón por encima del portero. Todo en un solo gesto. Todo conectado. Todo en un swing.

Aparentemente, Robinho es un hombre totalmente integrado a la disciplina madridista. Sólo para quien observa determinadas liturgias se revelan los resabios de un pasado turbulento. Hay un detalle significativo: nunca celebra los goles con Raúl. Hasta ahora, nunca buscó a Raúl para festejar. Prefirió a los brasileños, a los argentinos, a Diarra o a Guti. El chico no olvida que, cuando llegó al club, en Brasil lo conocían como O Principe. Se ganó el epíteto por sus reminiscencias con Pelé y porque poseía una velocidad y una capacidad prodigiosa para el dribling. Sin embargo, el capitán le decía que tenía que regatear menos. Raúl le sugería concreción. En la fiesta del Madrid, el maestro de ceremonias le exigía que hablara un lenguaje incomprensible. De paso, le invitaba a dejar en un segundo plano los códigos que lo convirtieron en figura.

Ante la magnitud del dilema, Robinho sufrió un caso de estrés. Se atenazó. "Yo no veo que sea para tanto", decía un veterano español del vestuario; "no me parece un crack".

Fue natural que buscara la protección del grupo de Brasil. Se pegó a Luxemburgo, a Roberto Carlos y a Ronaldo. Agredido como se sentía por el sector conservador del vestuario, hizo piña con sus paisanos. Durante dos años vivió peligrosamente. Asistió desolado a la liquidación de cada uno de sus colegas protectores. Primero, el técnico, Luxemburgo, como un padre futbolístico para él. Luego, Ronaldo, su ídolo. Y finalmente, Roberto Carlos, una especie de padrino. Todos cayeron bajo la ofensiva que sucedió a Florentino Pérez. El nuevo presidente, Ramón Calderón; el nuevo técnico, Fabio Capello, y el restituido jefe del vestuario, Raúl, arrasaron con todo aquello que olía a exaltación brasileña. Sólo quedaron los brasileños tímidos. Baptista, a duras penas; Emerson, sólo unos meses, y Marcelo, por pura bisoñez. Las ondas electromagnéticas del cerebro de Robinho debieron calentarle el cráneo en aquellos días. "Me siento solo", se lamentaba. Tenía la certeza de que, si el equipo perdía, él sería el primer acusado.

Ahora, Bernd Schuster, el entrenador vigente, ha decidido que el brasileño es su número uno. Sus dos goles en Huelva ratifican su importancia dentro del equipo. "Es fundamental", dice el alemán, que le estima más que al propio Raúl.