Opinión

Pobreza y promesas electorales

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba Herrero

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La fuerte diferencia establecida por una sociedad de riesgo, entre integrados y no integrados, es una de las grandes amenazas, del momento actual, que vive el mundo. En una civilización que establece las relaciones sociales sólo en función de los intereses económicos, poco se puede hacer por restituir el valor de la entrega generosa en su sentido más profundo. Identificar al pobre con aquel que ha fracasado y, por ende, exclusivamente culposo de su situación, de la cual es imposible emanciparse en una tribu de hipócritas, está a la orden del día; sobre todo en una humanidad de alto riesgo que suele merendarse la pobreza de los pobres bajo el jocoso divertimento. ¿A quién le gusta ser excluido? La pobreza no recae sobre personas diferentes a cualquiera de nosotros y, en consecuencia es un problema que nos concierne a todos. Nadie puede estar seguro de no acabar siendo pobre en un mundo de constantes vaivenes e inseguridades.

Considero, pues, de buen talante que el actual partido en el gobierno reconozca, en su programa electoral 2008, de que a pesar del fuerte crecimiento económico y de la reducción de la tasas de desempleo, los niveles de pobreza relativa siguen siendo altos. Es cierto que el estado de bienestar aún no ha visitado a los sin techo y esto me parece una grave injusticia. ¿Por qué el desarrollo económico, el empleo y la política social, no se ponen al servicio de la cohesión social? Para el PSOE constituye, según insertan en su hoja de ruta electoral, un desafío reducir la desigualdad y luchar contra las situaciones de extrema pobreza. Quieren reducir la brecha entre quienes tienen acceso a las nuevas oportunidades y quienes quedan excluidos. Para el partido de la oposición, el PP, creen también en la necesidad de contribuir a la erradicación de la pobreza y la injusticia que padece una parte de la humanidad, impulsando políticas globales que garanticen la libertad y el bienestar de todos los seres humanos. Dicen apostar, asimismo, por un sistema educativo que sea la principal garantía de lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Si no fuese que las campañas electorales también han perdido seriedad y hondura, para dar paso a un circo de mediocres títeres, sálvese el que pueda, y los programas son como un cuentacuentos en el que soñar no cuesta nada, nos creeríamos el guión de las “ideas claras” o de los “motivos para creer”; pero es que, a veces, los argumentos son tan absurdos y mezquinos que dejan al descubierto, sin darse cuenta, el rostro de la mentira, por mucho que disimulen el engaño y disfracen los designios. Aún así, que yo sepa, a nadie todavía se le ha ocurrido ofertar la creación de un gabinete ministerial de acogida para los pobres, En cualquier caso, al igual que dice el refranero, yo también pienso que nunca es tarde si la dicha es buena. Y lo será, a mi juicio, desde el momento que tratemos de comprender la situación de la pobreza y no tanto de encontrar una explicación que es lo que menos nos importa. Ello necesita de propuestas que no estigmaticen, sino que tengan la lógica del sentido común para que se produzca una verdadera inclusión.

Conviene recordar a esta sociedad imbuida en el asentado riesgo que el 20 por ciento de los españoles, unos 9 millones, vive con una renta inferior a la que la Unión Europea considera el umbral de la pobreza. Ahora el partido del gobierno, el PSOE, da su palabra de compromiso a la elaboración de un Libro Blanco que tenga por objetivo la reducción significativa de la pobreza extrema en España, hasta el nivel medio de los países de nuestro entorno. Por su parte, el principal partido de la oposición, el PP, acuerda en su programa electoral promover en colaboración con el resto de las Administraciones Públicas y los agentes sociales un Plan Transversal que combata la exclusión social y los nuevos patrones de pobreza y marginación.

De cualquier modo, gobierne quien gobierne los próximos años, debería cuanto menos enfrentarse a quitar el riesgo de la pobreza de una nación avanzada, europeísta, constituida en un Estado social y democrático de Derecho, puesto que tal situación es una falta grave de tutela de los derechos humanos.