Opinión

Paisajes desde la ventanilla

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Esta semana he escuchado la noticia de que, dentro de dos años, los 600 volverán a las carreteras. Qué le vamos a hacer, a mí el anuncio me ha emocionado.

Los españoles de este siglo XXI no pueden comprender lo que aquel utilitario supuso en la España de los años 50 y 60, la llegada de la revolución del automóvil para las clases medias. La primera vez que monté en un coche fue en un 600, y la primera vez que me puse al volante también (previo robo de las llaves a mi padre, no se por qué ahora me quejo tanto de las trastadas de mi prole). Es difícil olvidar aquellos largos viajes a la costa con el coche cargado (hay que ver la de cosas que podían caber allí, toda la familia, las maletas, la abuela y hasta la jaula del canario, que por nada del mundo quería dejarlo mi madre en Madrid durante el verano), las paradas intermitentes para dejar que el vehículo se enfriara... A cambio, la velocidad que alcanzaba nuestro primer 600 eran de todo menos “vertiginosas”. Era una época en la que las cosas se hacían con menos prisas. Los viajes en el utilitario de mi señor padre eran otra forma más de reafirmar la convivencia familiar, lentos, tediosos, acalorados. Luego llegaron coches más grandes y más veloces. Incluso mejor diseñados. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que ninguno de ellos podrá recuperar la magia de aquellos primeros pequeños vehículos que poblaron las carreteras y se convirtieron en todo un estilo de vida.