El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Llevo muchos años tolerando a las personas que fuman. Puedo contar con los dedos de mis manos las veces que personas fumadoras me hayan preguntado antes de encender su cigarrillo: “¿te molesta?”. A nadie se le obliga a fumar aunque la población adulta hace todo lo posible por mantener un hábito que por desgracia los menores adquieren.
Ahora, al menos por lo que he oído en emisoras de radio y según los pronunciamiento de los propietarios de bares, parece que desde el pasado primero de enero, ha llegado el fin del mundo para los fumadores. Se dice que la ley ni siquiera pone plazos para dejar de fumar, cuando cualquiera ha tenido todos los años de su vida para dejarlo voluntariamente. Se dice que con la ley habrá una caza de brujas, cuando actualmente el problema no lo tienen las personas que fuman sino que en muchas zonas, sobre todo en recintos cerrados, los que los siguen teniendo son los que no fuman. La mayoría de los bares está fomentando la indolencia ante un evidente problema social. Lo han hecho antes. Lo siguen haciendo ahora. Con o sin ley.
Lo siento por las personas que fuman. Parece que tienen un fuerte problema de drogodependencia, una manifiesta incapacidad de corregirlo, un alto gasto económico inducido y además ponen de manifiesto unos serios obstáculos para reconocer, siquiera, que tienen problemas... Pero más lo siento por las personas no fumadoras que ven que, independientemente de lo que marca una ley u otra, la indolencia vence a la sensatez, una indolencia fomentada activamente por los muy poderosos intereses económicos detrás de un hábito que aquí y hoy es contaminante, adictivo y antisocial, pero muy lucrativo. Lo que en su día era símbolo de rebelión, hoy es símbolo de sumisión. Dentro o fuera de España. Con o sin una ley.
D. D.