El mirador
T. León
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El debate preelectoral ha terminado por anclarse donde el Gobierno menos hubiese deseado: la economía en un escenario de incertidumbre.
Ahí se ha fijado el centro de gravedad: el Partido Popular le reprocha al Gobierno la inflación; el Gobierno exhibe el superávit; el PP le imputa la desaceleración; Moncloa exhibe el crecimiento del 3 por ciento; y suma y sigue. A dos meses de las elecciones, esto beneficia al Partido Popular; la economía, según las encuestas, es el único frente en el que la derecha supera con claridad a la izquierda, y por eso el presidente, más allá de la salmodia de cifras, trata de reconducir el debate de la economía a la política acusando a sus rivales de catastrofismo, de ser el partido del miedo e incluso de falta de patriotismo al perjudicar los intereses de España. Qué cosas.
Descalificar las críticas de la oposición como una traición antipatriótica parece un argumento más propio de las dictaduras que del juego democrático. Suena a la antiespaña del franquismo. Sí, a veces el Partido Popular también ha recurrido a eso, pero en su retórica no chirría tanto y, en cambio, la izquierda se caricaturiza al parapetarse en el patriotismo para defenderse de las críticas. Además, ¿por qué iba a ser menos patriótico criticar la economía que la educación? El presidente se refiere sin duda al riesgo de generar un clima negativo, pero eso no cuela: a los operadores económicos y ciudadanos no les deprime la oposición, sino la inflación. O el paro. En fin, todo esto resulta ridículo.
Va de suyo que aquí no se trata de patriotismo sino de electoralismo. Nada es tan determinante en unas elecciones como la economía. Como sintetizó Clinton en un debate con un asesor sobre la clave del éxito electoral: “Es la economía, estúpido”.