PUNTO DE VISTA
Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Los días mueren y sólo quedan lecciones en el manantial del tiempo, recuerdos que son historias vividas, abecedarios prendidos en el aire para compartir, porque esta vida exige ser vivida en familia. Todos los lenguajes se aprenden al calor del hogar, donde es posible contar estrellas e inventarse un cielo azul, por muchas sombras que nos arreen los herodes del mundo. Aún no han cesado los violadores de rosas y habría que poner a salvo al débil del abuso del más fuerte. Es una de las grandes tareas pendientes. Hace tiempo que la esperanza ha dejado de estar al alcance de todos. Muchos caminantes no tienen a nadie y no esperan nada. Por perder, han perdido hasta su propio linaje, forman la tribu de excluidos a los que nadie quiere mirar. Toda esta frialdad de caminos sin alma, hace que nos desborde la tristeza más profunda. Quedar solos a la deriva del viento, tapados por la soledades de enero, desemboca en suicidios o en una muerte vital prematura.
Los periodos de crisis o de progreso, que la vida es un ir y venir, un bajar y un subir, han de hacernos reflexionar. Por mucha escarcha que caiga sobre el ser humano, siempre habrá una flor que retoñe y nos traiga la esperanza. O la hay o nos la tenemos que inventar. Lo último es morir en el desespero. No nos confundamos de camino. Avanzar para tener acceso a los bienes que nos permitan tener una vida más humana y organizada, además de saludable, es lo suyo; pero si pretendemos progresar a cambio de sacar poder destruyendo otras vidas, violentando leyes naturales, repartiendo la tarta a tortas, mejor nos quedamos quietos. Yo deseo que el planeta siga caminando hacia la esperanza repartida y compartida, que los odios pasen al adiós, que el ilícito llenarse los bolsillos deje de estar de moda y que sea la lluvia la que nos empape de estético sentido humano, con la libertad del calor de una mirada de niño.
Realmente le temo a las soledades de enero porque todo suele rebajarse y, con la degradación moral que tenemos en el cuerpo terrícola, los focos de tensión pueden avivarse en cualquier momento. A propósito, me gusta lo que ha manifestado el presidente del gobierno español, Zapatero, en el Líbano: “La paz es la tarea”. Un buen propósito para extrapolarlo a todos los escenarios de la vida. Por cierto, incluido el político. Alguien puede pensar, y quizás no le falte razón para pensarlo, que la paz se ha convertido en un lenguaje fácil, que cuesta poco decirlo y con el que uno queda mejor que Pilato. Hay que ir más allá de un puro lema seductor. Para empezar, nunca el recurso de las armas debería considerarse como el instrumento adecuado para solucionar los conflictos. Considero que el ser humano antes tiene que reconciliarse entre sí, consigo mismo, en familia y haciendo familia, con un universo natural. Para ello salta a la vista que hay que buscar modos de vida más humanos, menos expuestos a la tiranía de los instintos de posesión, de dominio y consumo, y más generosos, hablando un lenguaje de paz como lengua común. La hora es propicia y el tiempo urge para que las soledades de enero se pueblen de diálogos y de gestos sinceros. Sólo así se llenarán de alegría las miradas y de corazón los andares de la familia humana.