Opinión

El balance de los días

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El balance sobre el año 2007 refleja una situación de alta tensión in extremis, hasta el punto de que la tirantez ha generado en bastantes ocasiones un nerviosismo ciudadano e institucional sin precedentes. El causante de este desaguisado ha sido la crispación política. El recién llegado 2008 puede ser un buen año para rehabilitar esta cuestión, que hoy es vista bajo sospecha, porque la losa de la corrupción ahí está, desacreditando lo que es un noble servicio, cuando se deja de actuar desde la ética democrática tapados por las sábanas farsantes de la mentira.

También fueron activos en el 2007 el juicio del 11-M, cuya resolución acrecentó la insatisfacción ciudadana. Prosiguieron las hazañas de los sembradores del terror. Las amenazas de los violentos y la violencia de género tampoco cesaron. La inseguridad en cualquier lugar y a cualquier hora está servida. Cruel balance que deja fuera los derechos humanos. Habría que globalizar estos derechos inherentes de la persona, donde la dignidad humana está más allá de cualquier diferencia y une a todos los seres humanos en una familia. Lo que sucede es que el pasivo, o sea nuestras obligaciones ciudadanas, deja mucho que desear y trabajamos poco, por no decir apenas nada, por la libertad, la igualdad y la justicia social de todos los seres humanos, respetando el arco iris de la cultura y la religión de cada uno.

El caos de las infraestructuras; los desastres naturales; la escasa protección a la familia y a la infancia; el injusto progreso social y económico de una sociedad fría; la desorganización de la salud pública; las barreras a la cultura, a la ciencia y a la investigación; el galimatías de la educación y la intromisión del estado en el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones, también estuvieron presentes como activo en el 2007. Esto nos lleva a una reflexión patrimonial, puesto que todo Estado de Derecho ha de garantizar los derechos fundamentales y las libertades públicas de la persona, Por desgracia, el incumplimiento suele estar a la orden del día. El efecto multiplicador de sucesos en los que nadie respeta a nadie, que llega a sobrepasar la ficción, suele ser debido a la falta de garantía jurisdiccional unas veces y, otras, a la existencia de una serie de condiciones económicas incongruentes con la finalidad perseguida por los principios rectores de la política social.

La balanza democrática, pues, que también es una palanca de primer corazón, de brazos iguales, o sea de españoles iguales en la ley ante la ley, que mediante el establecimiento de una situación de equilibrio consensuado, permite avanzar democráticamente, resulta que es inestable, que oscila según el político de turno, que tiene sus manías de gobierno a base de decreto, su paranoia de politizar lo que no es politizable, su delirio de hacer y deshacer por capricho, llegando a violentar igualdades, sin una justificación objetiva y razonable.

La balanza que se ha utilizado desde la antigüedad como símbolo de la justicia y del derecho, dado que representaba la medición a través de la cual se podía dar a cada uno lo que es justo, puede ser una buena herramienta para que la libertad sea libertada, para que la justicia sea ajusticiada, para que la vida sea bebida en su digna medida y vivida en plural. Tampoco el miedo puede suplantarnos la esperanza, el sueño del ciudadano despierto. Conciliar la justicia y la libertad ha de ser el espíritu del pueblo que quiere asegurar a todos una digna calidad de vida. En cualquier caso, todos los males del balance que he citado pueden curarse con más mano democrática y mejor tino en el uso de las libertades, con más virtuoso freno estético y menos vicio desenfrenado. En suma, que cada persona debe ser respetada como tal y nadie debe ser endiosado por mucha democracia que cultive en el balance de su vida, porque la balanza democrática es cuestión de familia globalizada, jamás de divinidades en el reino de los pronombres