El paréntesis
Víctor Corcoba Herrero
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Un estudio reciente nos dice que más de la mitad de los españoles opina que los extranjeros que viven en España son demasiados. Se olvidan aquellos tiempos, no tan lejanos, en que nosotros también lo éramos. Sin embargo, parece preocuparnos más bien poco la situación humana en la que viven algunos inmigrantes, que vienen o intentan venir a nuestro país en situaciones precarias, de explotación y de peligro.
En el fondo, ciertamente, nadie sobra y todos somos necesarios. Aunque sea por puro egoísmo, su llegada permite cubrir empleos para los que no hay mano de obra suficiente.
Los aspectos más valorados a la hora de permitir la entrada a los extranjeros, por parte de los españoles, pasan por tener un buen nivel educativo, conocer el castellano o la lengua de la comunidad autónoma, que tengan familiares cercanos viviendo aquí y que sean de un país de tradición cristiana. Y los que no cumplan los requisitos, ¿qué hacemos con ellos? Si reconociéramos que las migraciones son un medio fantástico para que los seres humanos, la familia se encuentre, otro gallo nos cantaría. Nos falta ese espíritu comprensivo, de entendimiento. Ellos tienen que soportar, en demasiadas ocasiones, el desprecio total, la intolerancia inconcebible y la violencia absurda. Se les mira con más recelo que cariño. Su voz es casi siempre una voz que no cuenta, ni en sus derechos cívicos, ni laborales. Esa es la dura realidad. Entendemos que debe existir un control y unos cupos para determinar el número de inmigrantes; o si se quiere, admito que lo más adecuado es permitir la entrada sólo a los inmigrantes con contrato de trabajo. Pero una vez dentro de nuestra patria, ya es de ellos también, puesto que en el sentido ético a los derechos corresponden también obligaciones y juntos debemos construir un clima de convivencia; sin anular diferencias, con actitudes y gestos de respeto solidario. El inmigrante sufre, más de lo que pensamos -tiene sentimientos-, sobre todo cuando percibe que es un mero instrumento a nuestro servicio y antojo del que nos beneficiamos como si fuese una cosa. Los españoles siempre hemos sido Quijotes, navegantes de conquistas, descubridores de horizontes. Hoy, cuando ya las fronteras se han quedado chicas, si queremos un mundo en paz, hemos de valorar en clave positiva la aportación de los inmigrantes, aceptarles sin condiciones ni condicionantes, porque iguales o distintos hemos de convivir en esa mundialización que ya es un hecho. Al fin y al cabo, todos somos herederos de un mismo planeta. En consecuencia, olvidar esa hospitalidad tan propia nuestra, es toda una contradicción. Porque los emigrantes son seres humanos como nosotros, por encima de todo y de todas las leyes, ha de estar el corazón, la acogida, el ofrecerle lo que somos y tenemos. Puede ser un buen propósito para este año nuevo de vida nueva. Así lo deseo.