Opinión

Desunidos y espiados

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Está visto que en cualquier sitio uno puede ser espiado, colgado de Internet y ahorcado en la intimidad. La videovigilancia irresponsable ha convertido los espacios, incluidos los que pudieran parecer íntimos, en pasarelas de morbo. El pudor ya no existe ni preserva lo íntimo de la persona, lo que debe permanecer velado. Cada cual filma cuando le viene en gana y a quien le plazca, donde quiera instala su mirilla y se sube al carro de la permisividad de grabar como si fuese costumbre nacional. A poco que nos fijemos en la manera de pensar y actuar de la gente, vemos que los valores morales están bajo mínimos. En la frontera de un mundo desunido, con varios frentes en su haber, trastornado por conflictos de todos tipo, los derechos humanos se relativizan y al libro de la conciencia, que todos llevamos consigo como sombra, también se le arrancan las páginas.

El mundo necesita menos espías y más estima hacia la labor moral. O sea, más maestros de libertad. Pensamos que no puede ser ignorado y minusvalorado lo honesto y decente, porque denigrando la intimidad no ganamos más seguridad y corremos el riesgo de perder hasta nuestra propia razón humana. No se puede caer más bajo. Que a uno le conviertan en escaparate, en un figurín de una red morbosa, donde nadie está libre a ser captado como auténtico prisionero por una cámara sin escrúpulos, para luego ser chantajeado. Lo que tienen que hacer los poderes públicos, a mi juicio, es insistir en la necesidad no sólo de una continua adquisición de saber, sino también en la de un continuo desarrollo de la capacidad personal para poder discernir, analizar y evaluar hasta donde llega lo que puede considerarse normal en una convivencia humana, de lo que puede llegar a ser un trastorno grave para la armonía del ser humano, como puede ser el desenfrenado desvelo de entrometerse en la vida íntima de las pesonas a través de un vídeo.

Por ejemplo, la persona cultivada, ante la preocupación por el medio ambiente, tan en boga en este momento, expresa un deseo profundo de respetar el íntimo orden natural como lugar de una presencia inmanente. No se le ocurre poner videovigilancia en cada bosque. Sabe que no se consigue el respeto poniendo a un espía en cada esquina para que nos chive necedades humanas. Ya se sabe, todo necio suele confundir valor y precio. Sólo la persona instruida para que piense puede cambiar de opinión. El necio nunca lo hará, aunque le graben sus mezquinas hazañas y las ofrezcan al mundo vía Internet.

Si aspiramos a integrar la promoción de la justicia con la proclamación de estar unidos en la diversidad, en nuestro interés por la protección de la vida y el ambiente, en nuestra defensa de los derechos individuales de hombres y mujeres, y de pueblos enteros tendremos que activar el intelecto de lo moral, de lo ético y lo estético. Las irrespetuosas videocámaras que entran en el corazón de las gentes sin pedir permiso, poco o nada van a contribuir al entendimiento de las gentes y al diálogo intercultural. Creo que tenemos que ayudar, y también dejarnos ayudar, a respetar a esa íntima autonomía personal que pasa por reconocer la libre especificidad de cada uno.

En resumen: me parece, pues, una mala práctica de convivencia la videovigilancia, por mucha seguridad que pretenda vendernos ciertos poderes. No hacen falta cámaras ocultas, si tuviésemos suficientemente avivado el sentido moral. Ortega y Gasset nos dio la clave, para estar tranquilos cuando nos guía la conciencia: “con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral”. El ejemplo de artistas y actores es toda una lección. Se han beneficiado durante muchos años del diálogo creativo con otras culturas. La expresión cultural ha sido clave para el entendimiento mutuo. Aún más detestable, en mi opinión, es la grabación en los centros educativos, donde el conocimiento de los valores democráticos, la ciudadanía y los derechos cívicos, deben ser elementos esenciales a cultivar. Si algo tan básico como formar en la virtud y en el deseo de convertirse en un buen ciudadano, no se consigue, difícilmente podemos ser promotores de una verdadera enseñanza que florezca en una auténtica cultura de acogida.